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Las huellas de Wayne Shorter

DISCUSIÓN

La frondosa discografía que nos deja Wayne Shorter (Newark, 25 de agosto de 1933- Los Ángeles, 2 de marzo de 2023) se cierra con un álbum grabado en vivo en el Festival de Jazz de Detroit en 2017. Allí, cuatro músicos comparten la improvisación jazzística como refugio último del arte del diálogo. Salvo la baterista Terry Lyne Carrington, que nació en 1965, los otros dos integrantes —el pianista argentino Leo Genovese y la contrabajista Esperanza Spalding— no llegan a tener la mitad de la edad que Shorter alcanzó tras una vida musical excepcional. El dato puede sonar apenas anecdótico, si no fuera porque revela un brío bastante sorprendente en uno de los principales y más hondos creadores en la historia del jazz. Si, como alguna vez lo definió el crítico de The New Yorker Whitney Balliett, el jazz es el sonido de la sorpresa, Wayne Shorter cumplió puntualmente con aquel apotegma, extendiendo su influencia sobre las nuevas generaciones prácticamente hasta el momento de su partida.

La parábola vital del infatigable saxofonista y compositor ilustra las trasformaciones del jazz desde finales de los años cincuenta, cuando el joven tenor de hard bop integraba el encendido elenco de los Jazz Messengers del baterista Art Blakey. Más tarde, en sus discos para el sello Blue Note (Night Dreamer, Juju, Speak No Evil, Adam’s Apple), consolidó un estilo al mismo tiempo vigoroso y sutil. Esa etapa coincidió con su ingreso al segundo quinteto de Miles Davis, ocupando nada menos que el puesto de John Coltrane. La telepática comunicación entre el trompetista, el saxofonista y Herbie Hancock, Ron Carter y Tony Williams produjo un enorme impacto en la historia del jazz, a la vez que expandió el talento compositivo de Shorter. Cuando hacia finales de los años sesenta Miles electrificó su sonido y robusteció el beat de su música, Shorter, tras seguir un tiempo junto a su jefe, se alió al tecladista y compositor Joe Zawinul para fundar Weather Report, la mejor banda de jazz-rock posible. Más tarde, en la escena fragmentaria y diversa que se abrió tras la crisis de la fusión, Shorter se erigió como uno de los grandes inspiradores del regreso acústico del jazz, pero evitando todo gesto revival.

La comparación con Miles Davis no resulta antojadiza. En cierto modo, Miles le pasó a Wayne la antorcha del modernismo jazzístico no radical: por más libre que fuera su concepto del “ritmo interiorizado” y las estructuras armónicas subyacentes, ninguno de ellos se sumergió en el free jazz, y no sería del todo correcto definirlos como vanguardistas en el sentido en que lo fue Ornette Coleman. Ambos músicos fundaron un paradigma de músico contemporáneo capaz de explorar nuevos lenguajes sin abandonar del todo la tonalidad y la forma y sin desentenderse completamente de lo que podríamos llamar “gusto popular”. Si bien a buena parte de la música compuesta y tocada por Shorter le cabe la denominación de abstracta —motivos espiralados antes que melodías cantábiles, ambigüedad armónica de cuño modal, atmósferas impresionistas, etcétera—, no debemos olvidar sus trabajos con Milton Nascimento (el disco Native Dancer es de una belleza insólita) y con Joni Mitchell (el saxo soprano en el álbum de Joni Mitchell Mingus: ¡esa otra voz!), o sus entradas nunca inadvertidas en discos de Santana, Steely Dan y demás huellas en el funk y el pop. Y, por supuesto, la andanada de catorce álbumes del gigante Weather Report.

¿Cuán avanzado puede ser un músico sin desprenderse del tiempo en que le ha tocado vivir? La música de Shorter puede ser escuchada como una elaborada respuesta a ese interrogante. Le gustaba repetir aquella sentencia de Miles de que, a menudo, los errores o las imperfecciones son más interesantes o estimulantes que las precisiones, no obstante ser él, como instrumentista, un ejecutante sumamente refinado, poco afecto a los ornatos y las destrezas épicas de muchos saxofonistas. Cuando en 1969, en el álbum de Miles In a Silent Way, adoptó el saxo soprano como instrumento part time, su música pareció desdoblarse —o complementarse— entre el lirismo del más agudo de los caños y cierto enfoque cerebral (no casualmente se ha utilizado la metáfora del arquitecto para definirlo) vertido en el tenor.

Al buscar el canon de los compositores de jazz —con todo lo problemático que tiene el concepto de composición en una música que, a manera de work in progress, brota de la espontaneidad y se recompone en cada ejecución—, debemos sin duda sumar a Shorter a la apretada lista encabezada por Duke Ellington y Thelonious Monk. Su corpus de temas, muchos de ellos devenidos standards de la era post-bebop, es notable por su variedad y su originalidad: “Speak no Evil”, “Night Dreamer”, “Infant Eyes”, “Footprints”, “Nefertiti”, “Masqualero”, “Pinocchio” y tantísimas otras creaciones. La lista da vértigo. Esencialmente jazzero, Shorter sabía que sus composiciones no preexistían a la interpretación más o menos libre. Él confiaba en la improvisación, tanto en sentido solista como respecto a la interacción intuitiva entre los integrantes de un grupo. Esto último fue la clave de su cuarteto de 2001, con Danilo Pérez en piano, John Patitucci en contrabajo y Brian Blade en batería. Podemos apreciar aquel cuarteto en Footprints Live, Beyond the Sound Barrier y Alegría —este último, con músicos invitados—. Son álbumes imperdibles, que parecen retomar la historia del combo moderno en el punto en el que la dejó el quinteto de Miles.

Al igual que varios músicos de su generación, Shorter siempre manifestó interés en la llamada música clásica de finales del siglo XIX y los inicios del siglo XX. Este interés podía volcarse por igual a Jean Sibelius —arregló su “Valse triste” para cuarteto de jazz— como a Ralph Vaughan Williams, un poco por fuera del canon contemporáneo (obviamente también le gustaba Stravinsky, aunque quizá no tanto como a los boppers de la primera hora). Como compositor e intérprete no fue esquivo a las adaptaciones de piezas de tradición erudita, como el lied “Auf Flügeln des Gesanges” (“En las alas de mi canto”) de Mendelssohn o la “Bachianas Brasileiras número 5” de Heitor Villalobos. (Dicho sea de paso, esta última fue versionada primero por The Modern Jazz Quartet en modo cool, y más tarde en modo free por Gato Barbieri; no descarto que, al grabarla en su disco Alegría de 2003, Shorter haya tenido en mente la extraordinaria versión de Gato). Si bien no se extendió demasiado en la sonoridad “sinfónica” en sus propias composiciones, en el álbum triple Emanon —su último trabajo en estudio— articuló de modo inquietante su cuarteto jazzístico a la Orpheus Chamber Orchestra. También grabó con la soprano Renée Fleming y compuso, en colaboración con Esperanza Spalding, la ópera Iphigenia, estrenada en Boston en noviembre de 2021.

Emanon se editó con un comic-book escrito por el músico junto con Mónica Sly y el dibujante Randy DeBurke. ¡Shorter como coautor de un comic-book futurista! Pero ¿por qué no? Junto con la filosofía Nichiren del budismo japonés, a la que accedió a mediados de los años setenta a través de su amigo y viejo compañero Herbie Hancock, Shorter siempre alimentó una imaginación futurista que, en su infancia y adolescencia, había aprendido en las lecturas de los comics. (Ese gusto no llegó a desembocar en una expresión musical afro-futurista). Esta constelación de afinidades, que quizá en otro artista podría resultar extravagante o un tanto forzada, en Shorter era expresión de un espíritu libre y, quizá por eso mismo, inasible y un tanto enigmático. Si en términos de estilo interpretativo supo ser el menos coltraineano de los post-coltraineanos, la necesidad de entender la música en un marco conceptual más profundo y espiritual fue, sin duda, un rasgo que lo emparentó con su predecesor en el grupo de Miles.

En The Jazz Ear —su libro de conversaciones con músicos de jazz—, el crítico Ben Ratliff cita una anécdota que en cierto modo revela cómo funcionaba la mente de Shorter. Dice más o menos así. En una oportunidad, el historiador del jazz Hal Miller, que solía acompañar a Weather Report en algunas de sus giras por el mundo, le preguntó a Shorter la hora. Como respuesta, el músico comenzó a hablar del cosmos y de la relatividad del tiempo. Seguía así en su deriva entre científica y metafísica, cuando de pronto apareció Zawinul y le espetó a Miller: “Trata de no hacer ese tipo de preguntas a Wayne. A propósito, son las 7:06 p.m.”.

Ese soñador nocturno, como él mismo pareció definirse en el título de una de sus primeras composiciones, no pasó por este mundo para responder preguntas meramente utilitarias. Su visión filosófica zen del tiempo nutrió su música y su vida de un modo impar. Sus últimas palabras fueron: “Es hora de conseguir un nuevo cuerpo y volver para continuar con la misión. Nam Myoho Renge Kyo”.

9 Mar, 2023
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