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Desde hace años es dable caminar por cualquier ciudad de Uruguay y aspirar el incensarse del cannabis. Su consumo en este país era legal desde siempre; lo que había quedado penado por la dictadura, desde 1974, era su venta y cultivo, un desarreglo normativo que pedía arbitraje a gritos. En 2000, el primer año de su mandato, el entonces presidente Jorge Batlle llamó a liberar las “drogas blandas”, pero dio marcha atrás no bien saltaron a criticarlo algunos capitostes, sobre todo del Frente Amplio (el partido que entonces se entendía como “la izquierda”). Hace un par de años, durante la actual administración, el parlamentario nacionalista Luis Alberto Lacalle Pou redactó un proyecto de ley, que quedó archivado, por el cual se hubiera liberado, sin controles, el consumo de marihuana. Poco más tarde, el gobierno frenteamplista de José Mujica anunció su propósito de eliminar la prohibición de venta de marihuana, legislación que, tras dos años de discutida, fue aprobada hace una semana, con los votos de la bancada oficialista, que son mayoría absoluta en el Parlamento.
La novedad es que, por esta ley, el Estado se vuelve hacendado macoñero y pasa a regular, o a pretender regular, la venta. Los consumidores deberán registrarse; se crea un instituto de contralor; se permite el autocultivo de hasta seis plantas y cuatrocientos ochenta gramos al año, salvo por uso probadamente medicinal; resguardado por el Ejército (algo que vuelve a la plantita seguridad nacional), el Gran Productor será el Estado, que se hará con la tajada grande del negocio porque, siendo la marihuana algo “malo”, según señala Mujica, es necesario su control: si antes se decía que su consumo abría las puertas a otras drogas más duras, ahora se la regula para evitar el acceso a esas mismas drogas duras.
Uruguay, queda claro, legisla con mala conciencia. Esta planta recetable por el médico ha resultado un demonio al que hay que contener, pero también asistir, a fin de batallar con uno mayor, el narcotráfico. Ahora bien, si el oficialismo tuviera la conciencia limpia, dejaría su venta tan libre como la de cualquier estimulante. Menos dañina que el alcohol o el tabaco, ¿por qué no debiera venderse marihuana en el almacén?
Así las cosas, Mujica le ha pedido al mundo que ayude con este “experimento”, según lo llama, y no pocos señalan que el experimento, en rigor, ha sido impulsado por el especulador financiero George Soros. Esto tiene mucho que ver con el arte de gobernar “por defecto” de Mujica y del Frente Amplio, que toman medidas porque se supone que no hay más remedio, como si fueran al dictado de otros, como si el gobierno fuera una oposición con síndrome de Estocolmo que se queja del neoliberalismo y se aplica a alentar cualquier consumo. El verdadero gobernante, según esta fuerza política, es el capital internacional desbocado, el neoliberalismo y su vandálica prédica (mientras, el Frente Amplio y Mujica le hacen los mandados que no habían terminado de hacerle los partidos de asumida derecha, suministrando, entre otras cosas, tarjetas de crédito para menores de edad o fomentando que la tierra sea extranjerizada –solo en 2010, por ejemplo, el ochenta y tres por ciento de las tierras compradas pasó a manos de extranjeros).
Ahora bien, ¿qué cambiará en los hechos esta nueva legislación? Difícilmente aumente el consumo vernáculo de marihuana y difícilmente se reduzca. Queda por saber en qué medida afectará a un narcotráfico que, si todavía no lo ha hecho, reciclará en drogas más pesadas. Eso sí, dados los antecedentes, se puede anticipar que el clamoreado control va a ser ineficaz, porque se carece de herramientas para implementarlo, si bien el Estado ha encontrado una nueva forma de recaudar y, acaso, de incentivar el turismo. Uno de los argumentos que blandiera Batlle para darse vuelta respecto a las drogas blandas, cerril y chauvinista, era que si se las liberaba, el país se iba a llenar de argentinos y brasileros. Argentinos y brasileros en estos últimos años se han hecho con la mejor parte del campo uruguayo. Si vienen más, bienvenidos: tenemos algo más que venderles.
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