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La raíz y la savia. Sobre Literatura de base, de Martín Gambarotta

DISCUSIÓN

Es conocido el uso de la jerga política de los setenta en la obra de Martín Gambarotta. Basta con abrir al azar alguno de sus libros o leer alguno de los tantos artículos que se han escrito sobre Punctum para encontrarse con los restos de una lengua que regresa una y otra vez, como un fantasma que sacude las mentes argentinas de los lectores de poesía: siglas como UOM, territorios como Barrio Pepsi, acontecimientos como la toma de cuarteles muestran la vocación por el trabajo con los restos lingüísticos de un pasado en ruinas que, con esmero, llamamos década del setenta. Y señalo esto último justamente porque el proyecto literario de Gambarotta revela las continuidades entre aquel tiempo histórico y nuestro presente. Curiosamente, sus desplazamientos hacia el pasado suponen ya no un ejercicio revolucionario de la lengua a través de la cesura, el tajo, de la división del tiempo histórico, sino una táctica (acaso toda táctica suponga una ética) que consiste en mostrar, en escenificar, los efectos de aquel proceso político y las tensiones que continúan en el presente: entre la izquierda peronista y el peronismo, entre la conciencia política juvenil y el discurso de las instituciones, entre quienes persisten airosos desde aquellos años y quienes continúan fuera del sistema. Como si no hubiera diferencias sustanciales entre este presente y ese pasado; como si no hubiera más que estados coyunturales de un mismo fenómeno político que se extiende hasta dejarnos con sus palabras en las manos.

Literatura de base continúa este proyecto, pero ya no sólo se nos remite, como en Punctum, hacia ese tiempo que llamamos pasado mediante sus huellas en el presente, sino que a su vez se ejerce un desplazamiento hacia el afuera, hacia el espacio público donde se sitúan las discusiones que estos textos promueven. Pensemos en lo que hace este libro con sus condiciones de producción: Peronismo de Base encontró en los barrios urbanos, las fábricas y las universidades el territorio para llevar a cabo prácticas inescindibles de su programa político; Literatura de base, por su parte, toma la tradición de la izquierda peronista, la reelabora mediante una puesta en diálogo con lecturas del modernismo anglosajón y del estructuralismo francés, y encuentra en mesas de discusión, en presentaciones, en revistas, los territorios en los que teje su práctica. Así, se produce una literatura muchas veces concebida para ser leída de forma colectiva, en el espacio público, una literatura que plantea preguntas, que discute, que propone posicionamientos programáticos frente a algunas de las cuestiones que constituyen la columna vertebral de la poesía política argentina: el uso del habla como material, la relación entre la poesía y la lengua del Estado, el armado de una tradición. En “El habla como materia prima”, la primera de las prosas que componen una de las soviéticas columnas temáticas que organizan el libro (“Estética”, “Estado”, “Traducción”…), Gambarotta glosa un poema de Alejandro Rubio para referirse al deber de entablar un diálogo desde el margen con lo que llama “literatura argentina contemporánea”. Y cita el posfacio a La obsesión del espacio de Ricardo Zelarrayán, donde el autor entrerriano señala que la única realidad es el habla: “el habla como materia prima para construir una máquina verbal que no necesariamente es coloquial”, repone Gambarotta. Esta idea, que supone ya no poetas sino hablados por la poesía, vuelve a aparecer a lo largo del libro. En “Soltar la lengua”, por ejemplo, encuentra en Juan Desiderio y en La zanjita los ecos no de una lengua universal sino de un habla específica. Para Gambarotta, la lengua es el músculo con el que se habla: la lengua argentina escenifica el conflicto entre pueblo y Estado, y la misión de la poesía contemporánea es liberarla, soltarla, a través del uso de registros específicos del habla, del uso de restos lingüísticos para la creación de objetos verbales. Y en este afán de liberación traza un mapa de lecturas que va de Ezra Pound a Lucía Bianco; de Louis Zukofsky a Juan Desiderio; de Thomas Pynchon a Juan José Saer. Este es el modo, entonces, en que la obra propone ser leída: en diálogo con el modernismo anglosajón y con sus herederos más inmediatos, los objetivistas. No es ya la poesía comprometida de los setenta a lo que se recurre a nivel procedimental. No se ven las estelas de Roberto Santoro, de Paco Urondo, de Juan Gelman, sino que este proyecto encuentra sus precedentes en George Oppen, en Carl Rakosi o en algunos de los poetas latinoamericanos que mejor habrían metabolizado las ideas imagistas del tratamiento directo del material político y del poema como artefacto verbal, como el Leonidas Lamborghini de El solicitante descolocado o el José Cuevas de 1973.

Pero ¿por qué habría de ser valiosa esta bifurcación en el tejido de la tradición para el poeta político argentino? Quisiera dejar escrita esta pregunta. Parece paradójico, pero el trabajo con procedimientos provenientes del modernismo anglosajón expresa el proyecto cultural, la mirada ante las diferentes versiones del Estado liberal, de un poeta de la izquierda peronista. Porque, si bien está la distancia entre el sujeto que enuncia y sus materiales, hay en este trabajo metaliterario un soterrado afán declamativo o reivindicatorio que también está cifrado en el resto de la obra. Lo que se muestra, se muestra a través de un lente opaco; hay tensión en la mirada y esa tensión se exhibe. Izquierda-peronista, modernismo-latinoamericano, vanguardias de finales del siglo XX: en la misma nominalización de los significantes que componen el sistema Literatura de base se evidencia la conflictividad que supone el diálogo entre lo que está fuera de tiempo y este tiempo, entre lo que está fuera de lugar y este lugar. Cabría entonces preguntarse por la dimensión temporal de este proyecto. En él, las voces son testigos de los efectos que produjo aquello que llamamos década del setenta sobre las diferentes formas del presente; sin embargo, ¿sabrán algo estas voces sobre el futuro? Quizás debería revisarse la naturaleza del objetivo político de este proyecto literario algunas décadas después de que fuera enunciado por primera vez: soltar la lengua, atacar la lengua dominante a través de artefactos verbales compuestos con los restos lingüísticos del pasado reciente… Acaso sea disparatado, pero podría pensarse que fue finalmente la política y no la literatura quien soltó la lengua. La misma política que detentaba el control de ese Estado policial que en las postrimerías de la crisis de 2001 era denunciado. Y esta lengua se reveló como la lengua del desierto. Remitámonos a la figura del presidente para contrastar esto. Soltar la lengua consistió más en abandonarla que en liberarla.

Tal vez sea necesario que entonces vuelva a considerarse el horizonte social de la poesía. Hay un conflicto entre lengua, poesía y política que es indisoluble porque la poesía en sí misma supone un más acá de la esfera de la comunicación. Por ende, su función política queda cifrada en su función estética. El mensaje en la forma. El significado en la respiración. La poesía circula en el habla popular y el poeta toma de allí el material para elaborar las series que pondrán en circulación una nueva forma de sentido. Pero ¿el horizonte debe ser soltar algo tan libre como la lengua? Acaso sea inevitable que, más que soltarla, la poesía, la literatura, enlacen la lengua. Con el mundo, con los restos de las instituciones. Con la vida argentina.

26 Jun, 2025
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