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Mujeres, hombres y la ficción contemporánea en lengua inglesa

DISCUSIÓN

En los últimos días me he encontrado con una cierta cantidad de artículos que discuten la repentina ausencia (o casi) de autores varones en la ficción que se publica en los países de lengua inglesa. La última estadística confiable data de 2020, cuando el 75% de la ficción publicada había sido escrita por autoras mujeres. Es probable que esta cifra haya crecido desde entonces. Ayer mismo, por curiosidad, fui a la librería Strand de Nueva York y me paré frente a la mesa de novedades. Conté ocho títulos escritos por varones sobre unos sesenta libros presentados: menos del 15%. La proporción de editoras en la industria y de lectoras mujeres en relación con la totalidad de compradores de libros de ficción al parecer gira en torno al 20%. No sé hasta qué punto estos números corresponden con los de otros idiomas: a primera vista, no tengo la sensación de que en castellano las proporciones sean semejantes, pero no he visto las cifras. 

En lo que concierne a Estados Unidos, un desequilibrio de tal magnitud en el universo literario se había producido por última vez en 1960, cuando apenas el 18% de los títulos de ficción en lengua inglesa publicados habían sido escritos por mujeres. Este había sido el nadir de un proceso muy largo. A mediados del siglo XIX, alrededor de la mitad de las ficciones publicadas habían sido escritas por mujeres, cuya parte del mercado de los libros fue estrechándose a partir de la era victoriana hasta alcanzar aquel magro número. En 1930, las autoras representaban todavía el 40% de los volúmenes de ficción. Aquí, como en muchos otros casos, el patriarcado de mediados del siglo XX (sobre todo en las clases medias y altas) era mucho más severo en apariencia que aquel del mundo en el que salían los libros de George Eliot y Jane Austen. Lo drástico y veloz de la reversión (que comenzó en el curso de esa década, ya que para 1970 el número de autoras mujeres en títulos de ficción era casi idéntico al de 1930) no debe tener paralelo en la historia de la literatura, tanto que me cuesta pensar en un desarrollo más decisivo en esta historia en los últimos, digamos, sesenta o setenta años.

¿Cuál es el motivo de este cambio en las prácticas editoriales? El deseo de corregir aquella preferencia por los autores varones, incitada por la fuerza del movimiento feminista, es sin duda uno de los motivos. Pero la corrección es tan masiva que debe haber otras razones, y la razón más obvia (particularmente en este tiempo de consolidación de la industria editorial en que los números mandan más que nunca) es que las mujeres, que constituyen la abrumadora mayoría de lectores de ficción, prefieren leer, sobre todo, a otras mujeres cuyas ficciones, por otra parte, suelen centrarse en personajes protagónicos femeninos. ¿Por qué? Personalmente, no lo sé. Al parecer los hombres, cuando escogen un libro, también suelen preferir a autores de su sexo. Pero los hombres leen menos: de ahí el desequilibrio.

Dirán ustedes que es justo que, después de tantas décadas de predominio masculino en la edición, la mayoría de las ficciones en inglés publicadas este año hayan sido escritas por mujeres. Tal vez se trate de una corrección temporaria y con el tiempo se alcance algo un poco más próximo a la paridad. Dirán que algo semejante ha sucedido, precisamente, entre 1960 (cuando muchas mujeres pensarían que el mundo de la literatura era un terreno poco propicio para ellas) y el presente. Pero no estoy seguro de que este sea el destino más probable: puede que la literatura como profesión se estabilice en las escalas comunes en dominios por lo demás tan diferentes como, digamos, la enseñanza primaria (donde los varones representan apenas el 11% de la población).

A los niveles presentes de disparidad, un varón joven que se proponga hacer una carrera literaria en Estados Unidos, siguiendo los procedimientos habituales (masters, residencias y todo el resto) es alguien que posee un optimismo irrefrenable: no es imposible, por supuesto, pero es sumamente improbable que lo logre, como podría comprobarlo muy simplemente observando la mesa de novedades de Strand. Para los varones blancos heterosexuales, las perspectivas de publicación son francamente desastrosas: saben que alguno de ellos tal vez gane un premio que le preste ingreso en la minúscula hermandad de los escritores celebrados, pero las chances son aquellas de descubrir una aguja en un pajar. Y no veo ninguna razón para que esto cambie en el futuro más o menos inmediato, considerando la creciente polarización de los sexos en sus hábitos culturales y de entretenimiento: el libro ha perdido prestigio precipitadamente entre los adolescentes varones, que prefieren dedicar el tiempo a los juegos y los deportes, mientras que la industria editorial es sostenida casi exclusivamente por sus pares femeninas. Para los adolescentes varones, hasta donde puede detectarlo mi informal pesquisa, la lectura de ficción es una actividad tan asociada al mundo femenino como solían estarlo las muñecas: la mayoría prefiere que no se los asocie con prácticas semejantes, y en cualquier caso la oferta de narrativas dirigidas a ellos es cada vez menor. Por eso, tengo la impresión de que es al menos probable que la presente tendencia se prolongue antes que revertirse, que en cinco o diez años las ficciones escritas por varones alcancen no más que, digamos, el 10% de los títulos. Alcanzado ese nivel de disparidad, es difícil ver cómo el mundo de la ficción en lengua inglesa podría volver a diversificarse recurriendo a los mecanismos habituales. 

Es una situación curiosa para la cual tenemos solamente parciales precedentes. Por un lado, los números actuales de ficciones publicadas por mujeres son simplemente una inversión de las cifras de 1960. Pero esto puede ser engañoso: es que por entonces el público lector femenino era ya mayoritario, de manera que hasta los más machistas de los escritores no tenían otro remedio que calibrar sus textos para atraer y mantener la atención de lectoras mujeres tanto como la de los varones que tal vez tuvieran primariamente en mente al escribir. El espacio literario era, por lo tanto, más heterogéneo incluso cuando la distribución de los poderes fuera desigual. Recordemos cuál es la situación en Estados Unidos hoy por hoy: 80% de los libros de ficción son publicados por una industria donde alrededor del 80% de las editoras son mujeres para un público que consiste en 80% de lectoras. Supongo que esas proporciones se repiten en cada fase de la vida de la escritora, que encuentra, en sus intercambios en medios sociales, en las presentaciones de sus libros, en los festivales a los cuales la invitan, en las clases de los programas de escritura creativa donde enseña, grupos compuestos mayoritariamente de mujeres. En estas condiciones, no veo por qué no se generaría entre los diversos actores de la trama el hábito de suponer que la comunicación literaria se produce sobre todo entre mujeres. Aquel calibrado de su prosa que los varones tenían que practicar para retener la atención de las lectoras incluso si preferían no hacerlo, incluso si preferían escribir como se habla en los vestuarios de los clubes deportivos se ha vuelto  innecesario, y de innumerables maneras los textos que ascienden más verticalmente en las listas de ventas suelen indicar, tácita o explícitamente, que los hombres que los lean son bienvenidos a la fiesta pero no son los principales invitados (reconozco que puede que no sea sensible a las maneras en que las lectoras mujeres, de manera semejante, se sentían huéspedes de palo al leer los libros de, no sé, Thomas Pynchon o Gabriel García Márquez).

¿Es esto un problema? No necesariamente. Por un lado, es bueno que el viejo predominio de los hombres en este mundo sea una cosa del pasado. Tal vez sea bueno incluso (o al menos educativo) que prueben (que probemos) el amargo trago de la exclusión que tantas mujeres debieron soportar durante tanto tiempo. Por otra parte, nadie obliga a nadie: las lectoras pueden comprar los libros que quieran, y las ficciones que prefieren comprar son, en su mayoría, ficciones escritas por mujeres. Aquí el mercado rige, y no se me ocurre qué mecanismo podría corregirlo o siquiera detener la intensidad de su marcha: considerando que hemos llegado a estas cifras en relativamente poco tiempo y que el proceso no parece haber encontrado su equilibrio definitivo, es probable que la polarización sea, en el futuro inmediato, aún mayor. Pero ¿por qué querría uno cambiar esta dinámica? ¿Por un vago deseo de diversidad? ¿Por qué, si no? No tengo respuestas a estas preguntas. Como varón interesado desde siempre en la literatura, como profesor y también como escritor me causa enorme curiosidad discernir qué impacto tiene en la práctica de la ficción un cambio de tanta magnitud. ¿Qué leyes gobiernan ya y gobernarán más todavía en el futuro un espacio literario tan fuertemente sexuado en todas sus dimensiones, y qué signos deja en la superficie de los textos, no sólo en los temas sino en las estrategias retóricas, en las maneras en que las escritoras se dirigen a sus lectoras cuando virtualmente no hay lectores a la vista, una fractura tan dramática en las preferencias de hombres y mujeres como la que ahora presenciamos en el mundo de la ficción en lengua inglesa?

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