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En términos prácticos, el nacimiento de la gig economy es, para Nick Srnicek, la emergencia de un fenómeno tecnológico imperialista enmascarado como “Cuarta Revolución Industrial”. La vinculación entre capital y trabajo —estructurante en las tres revoluciones “anteriores”— tiene aquí, sin embargo, un carácter volátil y opaco, redirigido por intereses corporativos decididos a transformar por completo los conceptos de propiedad y rentabilidad. El modelo rector de negocios de nuestra era, basado en la extracción y el control de gigantescas cantidades de datos, parece ser la culminación expansionista de aquella “economía del conocimiento” comentada en 1973 por Daniel Bell en El advenimiento de la sociedad postindustrial. En ese sentido, Srnicek es claro al subrayar que, a medida que la “Internet industrial” ensancha su perímetro operativo, las distancias entre la mera recolección de datos (comprobar que “algo” sucedió) y su conocimiento profundo (la comprensión de por qué ese “algo” sucedió) son cada vez más decisivas. La coyuntura actual es determinada por tres acontecimientos fundamentales: la recesión de los años setenta (con el consiguiente fin del liberalismo socialdemócrata y “fordista”), el boom tecnológico de los noventa (que antes de desaparecer bajo los escombros de las “.com” fijó la estructura material de la red-de-redes por la que hoy pasa absolutamente todo) y la respuesta internacional a la crisis global de 2008, basada en los rescates financieros y la (in)materialización definitiva de la economía. Srnicek señala que, desde el momento en que los commodities materiales comienzan a incorporar de manera creciente enormes volúmenes de conocimiento, el proceso y las relaciones laborales se invisibilizan al punto de la abstracción total. Las “plataformas” son, entonces, el elemento que permite la reconexión en el interior de ese universo entrópico: infraestructuras digitales que facilitan el contacto entre los grupos que organizan el acceso a la información (Google) y las empresas y sujetos que dependen cada vez más del acceso a esa información para desarrollar sus actividades específicas. Los efectos de red por acumulación y los núcleos de datos “trabajados” van delineando, de esa manera, un nuevo tipo de eficiencia, atada a un proceso organizativo basado en el alquiler de servicios cifrados en la informática cuántica de la “nube”.
Srnicek —que escribe desde un posmarxismo felizmente liberado de la tara nostálgica y fatalista que embota a buena parte de la izquierda intelectual contemporánea— espía un futuro en el que la propiedad de la infraestructura operativa de la red podría inclinar la balanza hacia uno u otro bando en esa “guerra de plataformas” que anuncia el tercer capítulo de su libro, y que tendría al conglomerado AWS (Amazon Web Services), por un lado, y a Google, Microsoft y su par chino, Alibaba, por el otro, como protagonistas destacados. Aun cuando abunda la información económica y el enfoque sea claramente el de un humanismo determinante, el libro de Srnicek puede ser abordado como el ensayo de una teoría política futura para el estudio de un fenómeno en desborde. Así, combinar su lectura con el posterior Inventar el futuro. Poscapitalismo y un mundo sin trabajo (Malpaso, 2018), escrito a cuatro manos con Alex Williams, permite comprender los alcances y las limitaciones del “ala izquierda” del aceleracionismo, ese impulso final de la carrera por la deconstrucción del capitalismo contemporáneo que todavía no ha dicho su última palabra, y que acaso sea el único movimiento teórico que ha aportado herramientas verdaderamente novedosas para la comprensión de la realidad económica de nuestro tiempo.
Nick Srnicek, Capitalismo de plataformas, traducción de Aldo Giacometti, Caja Negra, 2018, 128 págs.
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