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En Castigar, Didier Fassin describe el actual momento punitivo que, según entiende, comporta una paradoja: el castigo ha dejado de ser la solución ante el crimen para convertirse en un problema. Entre otras cosas, por el costo económico y humano que implica, la producción y reproducción de las desigualdades que favorece y el incremento de la criminalidad y la inseguridad que genera. Este momento le sirve así al autor para hacer, desde un enfoque de antropología crítica, una genealogía y una etnografía de qué es castigar, por qué y a quién se castiga.
Para responder el primer punto, Fassin rastrea cómo se ha definido el castigo a lo largo de la historia, pasando por perspectivas tan diversas como la del jurista y filósofo inglés H. L. A. Hart, la de Friedrich Nietzsche y la de Georg Simmel. Concluye que en las sociedades occidentales se ha pasado de una lógica de la reparación a una lógica del castigo, de una economía afectiva de la deuda a una economía moral del castigo. Producto de este análisis genealógico, afirma que un rasgo que permanece presente a lo largo del tiempo como respuesta a la violación de los códigos sociales es la imposición de un sufrimiento, un elemento que no siempre ha existido y es deudor de la moralización de la pena de inspiración cristiana. Esto nos lleva a la próxima pregunta, aquella por la justificación del castigo, y a las teorías que prevalecen para explicarlo: una utilitarista y la otra retributivista. La primera examina el acto cometido, entiende que el castigo es la punición justa, se focaliza en la disminución de la criminalidad y está orientada al porvenir. La segunda está concentrada en la expiación del crimen y dirigida al pasado. Fassin entiende que estas dos teorías, más allá de sus divergencias, presentan algunos rasgos comunes: no sólo analizan cómo se explica el acto de castigar sino que contribuyen a justificarlo, y no representan situaciones reales ni dan cuenta de los argumentos que los agentes ofrecen para las sanciones que hacen efectivas. También resalta la importancia de considerar el contexto histórico, cultural y político que hace posibles las distintas formas de castigo que se administran y la necesidad de comprender que estas no derivan únicamente de lógicas racionales. El castigo no se distribuye uniformemente en todo el espacio social y es por eso que Fassin se pregunta a quién se castiga. Retomando las enseñanzas foucaultianas sobre la administración desigual de los ilegalismos, asegura que a través de la elección de las infracciones que se sancionan y de los autores a los que se castiga la penalidad obra diferenciaciones en el seno de la sociedad. Precisamente esta distribución agrava y perpetúa las desigualdades sociales, por lo que para Fassin la cuestión del castigo no puede depender sólo de una teoría idealista de la justicia: a la vez debe inscribirse en una teoría realista de la igualdad que haga al cuerpo social responsable tanto de su pasado como de su presente.
Castigar nos invita a repensar el castigo en el momento punitivo. El texto adquiere una potencia inusitada cuando ilustra las formas del castigo moderno apelando a relatos etnográficos de las cárceles, los juzgados y la actuación de las fuerzas del orden.
Didier Fassin, Castigar, traducción de Antonio Oviedo, Adriana Hidalgo, 2018, 264 págs.
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