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Débora Camilli, la protagonista de La hora pico, trabaja como taxista en Roma, pero su aspiración es convertirse en policía, un sueño que quedó trunco por la repentina muerte de su padre taxista. De él heredó la licencia y, para ayudar a su madre, que es enfermera, y a su hermano, estudiante de medicina, renuncia a su sueño y maneja el taxi por las calles romanas.
Débora es de Ostia, la playa cercana a Roma, y sus recorridos por la ciudad capitalina sosiegan su frustración y entretienen su curiosidad sobre la vida de la “gente bien” de los “barrios altos” romanos. Un día sube a su auto una bella señora rica de esa zona, que en el trayecto recibe un llamado en su celular y repentinamente le pide que la lleve de regreso al lugar de partida. Débora la espera pero la señora no retorna y, dos días más tarde, el viento de la playa ostiana le trae un artículo de un diario que informa el asesinato de aquella mujer en el mismo lugar y a la misma hora en que ella la había dejado. Lo cual enciende su inquietud de policía frustrada: se presenta en la comisaría a declarar y poco a poco se convierte en la mano derecha del comisario a cargo de la investigación. A partir de ahí, el lector debe confiar en que, en Roma, los comisarios comparten sus pesquisas con jóvenes taxistas-con-alma-de-detectives.
El voto de confianza será facilitado por la intriga que, además de fluir por la vía de la resolución del crimen, lo hará paralelamente por la del posible romance entre el comisario, que es un hombre casado, y la joven taxista. Sin soslayar esa cuña de crítica social inherente al policial moderno, que expone las iniquidades de las sociedades corruptas.
Si bien el tono narrativo se asemeja al de las novelas juveniles, hay un asesinato por resolver y por lo tanto se trata de un policial, un género en que la confianza en el narrador es clave. Ya decía Todorov que las páginas que separan el descubrimiento y la identificación del culpable del crimen mismo están consagradas a un aprendizaje lento, sostenido por el seguimiento de las pistas. De ello deriva que habría dos historias: la del asesinato, sucedido antes de comenzada la historia, y la de la investigación, durante la cual el lector conoce los hechos de la mano del narrador. Esto hace que el punto de vista en los policiales sea fundamental, y que en las novelas negras predomine la narración en primera persona, ya se trate del detective o de su fiel colaborador. En La hora pico, el narrador está en tercera persona y, aunque al principio acompaña a la taxista inquisidora, de repente se corre a la mente del comisario y de otros personajes —el peluquero, el abogado, el personal trainer—, lo cual perturba al lector, que espera que el narrador no le haga trampas ni sepa más de lo que debería saber.
Cumpliendo con algún estereotipo, el comisario de La hora pico es bonachón e idealista; también lo son el fiscal y los criminales, unos niños ricos desconformes. El libro podría clasificarse entre los policiales de lectura fácil, para el verano, cuando se suspende la reflexión y se puede aceptar la guía explicativa de un narrador, que todo lo aclara.
La traducción de Gabriel Caldirola al porteño es ágil, ajustada, y solo nos recuerda que leemos una novela originalmente escrita en italiano cuando puntualiza expresiones locales en notas al pie.
Nora Venturini, La hora pico. El primer caso de la detective taxista, traducción de Gabriel Caldirola, Edhasa, 2018, 304 págs.
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