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Una idea poderosa recorre las páginas que Lauren Berlant —crítica cultural, feminista y lectora sutil— publicó en inglés hace ya casi una década. La idea —me refiero a la original y sintética fórmula que da título al volumen— extrae su fuerza de la paradoja o, mejor, de un tipo de experiencia paradojal con la que nadie podría, en algún punto, dejar de identificarse. Editado en la colección Futuros próximos de la editorial Caja Negra con impecable traducción de Hugo Salas, el libro invita a examinar los vínculos fantasmáticos que entablamos con objetos, personas o relaciones: escenas que revelan un apego, a veces feroz, a cierta promesa de felicidad, si aludimos al también reciente libro de otra feminista, Sarah Ahmed, con quien Berlant comparte territorio en la que podría llamarse la “zona crítica” del “giro afectivo” contemporáneo. “Crítica” porque la propuesta de Berlant ha sabido mezclar con inteligencia y precisión calibradas dosis de marxismo, psicoanálisis, filosofía francesa, teoría de los afectos y queer studies, al tiempo que trasciende con fuerza y rigor analítico tanto modas académicas como apresuradas intervenciones de coyuntura.
Más que un simple hallazgo semántico, el optimismo cruel se revela como un riguroso vector conceptual. Capaz de articular un recorrido interesante y actual que ofrece múltiples hipótesis sobre las reconfiguraciones de la subjetividad y el malestar en la cultura contemporánea, Berlant practica la crítica ideológica desde una perspectiva renovada concernida por el inconsciente y las pasiones, retoma tópicos clásicos como la formación de la llamada “conciencia histórica”, revisa problemas de teoría literaria y reflexiona sobre el vínculo entre tiempo y narración en el marco de una original lectura de los géneros discursivos. Podría afirmarse que hace todo esto para captar algo muy difícil de asir: una trama densa de atmósferas, expectativas, modulaciones sensibles, registros narrativos e inflexiones poéticas que (des)organizan una experiencia a la vez íntima y política, singular y social, que acontece en el cruce de temporalidades múltiples y nunca plenamente cristalizadas.
Optimismo cruel es una noción que sirve para interrogar la naturaleza saturada de afecto y empapada de normatividad que destilan ciertas imágenes o fantasías de la “buena vida” atadas a objetos que les aportan brillo y consistencia. Un vínculo amoroso, una aspiración exitista, un ideal corporal, una orientación sexual o una relación con la comida (o cualquier otra equis) pueden constituirse en sede del peculiar oxímoron: sitios imaginarios que nos proveen transitoriamente (a un costo que puede ser desmedido) garantías de ser y estar en el mundo. En otras palabras, de tener un lugar donde ser y al cual poder volver en los momentos de zozobra. Fetiches necesarios con la huella de estos tiempos, vínculos que gravitan nuestra vida pulsional y que Berlant enfoca productivamente en su carnadura espacio-temporal desde las figuras de la crisis, la “situación” o el impasse. La trampa o la triste paradoja, nos advierte, es que, ya sea desesperado o indiferente, este optimismo resulta una pieza de dos caras: el apego a los objetos de nuestro anhelo no sólo no se orienta al cumplimiento de la fantasía sino que nos aleja, cada vez más, de la posibilidad de concretarla. Se define, precisamente, por su cruel capacidad de sustraernos aquello mismo que promete.
Un poema de John Ashbery, los escenarios de la precariedad neoliberal del cine de los hermanos Dardenne o un relato de Susan Sontag, entre los diversos artefactos estéticos que integran su corpus, le sirven a Berlant para leer distintas inflexiones de la crisis de las fantasías de progreso y el deshilachamiento del mundo que las había instalado en su centro (la socialdemocracia, sus instituciones y modelos aspiracionales) bajo el peso creciente del neoliberalismo como violento eje de reorganización de la vida cotidiana. En este sentido, nombra también la estructura afectiva que sujetos sexuados, racializados, generizados y sobredeterminados por sus relaciones de clase interponen con diversa suerte a la pérdida de protecciones, seguridades, aspiraciones y derechos en un mundo crecientemente incierto, competitivo y desigual que los deja “solos” con un manojo de imposibles.
Podría decirse que el recorrido propuesto no se limita a ofrecer un diagnóstico bien documentado y pleno de hipótesis sobre la economía política de las pasiones en el mundo actual. Además de eso, que no es poco, cada capítulo a su modo logra volver audible el pulso errático y esquivo de lo que Raymond Williams denominara emergente. “Así vivimos ahora”, texto de Sontag en el que se detiene uno de los capítulos, pone en palabras algo que se ha expandido con la fuerza de un persistente rumor y que Berlant acierta a describir. Porque es una apuesta por hablar también de aquello que sin haber encontrado aún forma estable y reconocible interrumpe los géneros, desmiente códigos sabidos, desvía convenciones y filtra del día a día lo que escapa a la pura repetición. Dicho rápido y simple: Berlant trae noticias de lo nuevo.
Lauren Berlant, El optimismo cruel, traducción de Hugo Salas, prólogo de Cecilia Macón, Caja Negra, 2020, 472 págs.
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