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La antropología francesa hizo eclosión en la posguerra. Su estilo demandaba observación participante: complicidad entre investigador y objeto estudiado. Una antropología así era vivida como reclamo ético y estético: todas las culturas valen igual, dictaba Lévi-Strauss; todas nos cautivan y expanden sensibilidad y conocimiento, respondían en eco Leiris o Balandier. El libro de Maurice Pinguet (el único que publicó) pertenece a esa estirpe. No son casuales dos hechos que lo enmarcan: está dedicado “a la memoria de Roland Barthes” (lo atrajo a Japón como director de la Maison Franco-Japonaise de Tokio); se apoya en la obra de fervorosos visitantes de las islas que fueron amigos suyos, entre ellos Michel Foucault y Jacques Lacan.
Aunque la tapa evoca la figura del caballero armado (mensaje limitativo de una bella edición), el libro recoge gran variedad de muertes voluntarias, que Pinguet distingue y tipifica con delicadeza de entomólogo. El acierto de su investigación (décadas de erudición y paciencia) reside en tejer una red con trama histórica y urdimbre intercultural. Por un lado revisa la historia de Japón: selecciona datos literarios, musicales, teatrales, tradiciones locales, etcétera. En ellos encuentra el hilo conductor del suicidio. Que no es la religión (budismo) ni el poder (shogunal), sino esa rara cualidad de inmanencia, que arraiga todo conocimiento y acción en la soberanía del individuo, sin más allá posible. Un glosario de trescientos términos, a cargo de Tomoko Aikawa, da pistas históricas, liberando las notas para explicaciones temáticas. Además, entrelaza los datos nipones con otros de la tradición occidental, creando una red comparativa que enriquece la comprensión.
¿Dónde está la clave del libro? En la transformación de la responsabilidad individual (carácter nacional nipón, por así decir) en modo receptivo de tomarse la muerte (y por tanto la vida). No niega el autor el suicidio como síntoma psicológico. Pero centra su pesquisa en el suicidio como hendija para entender un estilo de vida dedicado a amaestrar (maîtriser) la muerte. Analiza el suicidio caballeresco (el seppuku samurái). Muestra cómo la difusión del bushido (código de honor) entre los plebeyos generaliza la ideología de una casta que todavía domina demasiado el imperio nipón. Amén de caballeros, las muertes voluntarias incluyen toda suerte de plebeyos: mujeres y niños, jóvenes y ancianos, pobres y pudientes. Casos abstrusos se vuelven plausibles: muertes por vergüenza, desesperación o abandono, por culpa o vendetta, por patriotismo kamikaze. Todas relacionadas con algo que muchos descartan (por error) como potencial dimensión japonesa: libre disposición del cuerpo, soberanía de las emociones, elección de destinos con final incierto.
Maurice Pinguet, La muerte voluntaria en Japón, traducción de Antonio Oviedo, Adriana Hidalgo editora, 2016, 504 págs.
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