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La larga tradición del ensayo en inglés no resulta para nosotros tan ignorada en sí misma como podría pensarse a primera vista. Sus ejemplos están entre las primeras lecturas de un argentino letrado, si no por otras razones, al menos por las oportunas promociones de Borges y de Bioy. Sólo que tal vez no supiéramos qué tipo de escritos eran precisamente. No ocurre lo mismo con ensayos que se refieran al género como tal, reflexiones sobre el ensayismo. Como señala en el prólogo Fernando Alfón, editor y traductor de La razón del estilo, en nuestro medio, en nuestro bosque familiar de citas, la teoría sobre el ensayo tiene un origen filosófico, si viene del alemán, o bien una raíz conceptual basada en la crítica literaria, si pensamos en autores franceses. En ambos casos, se trata de descripciones del ensayo como forma de pensamiento y no tanto como narración.
Por un extraño giro de la historia de las influencias, casi todos los autores anglosajones de esta antología, que abarca desde comienzos del siglo XVIII hasta mediados del XX, tienen algunas palabras para el inventor del género y de la palabra que lo designa, Montaigne. Pero pareciera que en aquella isla, en sus traducciones, se hubiese mantenido una fidelidad extrema a los rasgos personales del fundador. De tal manera, el ensayo sería una narración subjetiva, una mirada sobre la experiencia, un humor, una opinión, pero en pocas ocasiones, siempre envueltas en los detalles más inmediatos de la vida del autor o de su personaje, se mezclaría con la filosofía o con la crítica. Una distancia con los conceptos continentales que se habría acentuado a medida que esos ámbitos especializados tendían a separarse de la forma subjetiva o impresionista de exposición.
En el último texto seleccionado, de 1958, Aldous Huxley llega a decir que Paul Valéry, su ensayismo conceptual, es un galimatías de abstracción excesiva. Escribe: “Obras que en francés no son en absoluto fuera de lo común, cuando se las traduce parecen extrañas casi hasta el punto de lo absurdo. Pero incluso cuando se hacen aceptables por la tradición y un gran talento, el estilo algebraico nos parece estar muy alejado de la realidad viva de nuestra experiencia inmediata”. Por supuesto, la sobrentendida cercanía de una experiencia, que implica una filosofía pragmática, quizás, dio origen a piezas literarias que no tienen igual en otras lenguas, como los ensayos de Stevenson, De Quincey o Wilde; pero en el momento de pensar el género, que se ha inclinado hacia el relato, la crónica, la descripción del yo, tal vez se hace extrañar un momento más sistemático. El género parece ser fruto de la costumbre, de ciertas excentricidades, de la historia de revistas y diarios, de hallazgos personales para estilos que se encontraban en dificultades o sumidos en intervalos fuera de la novela o el poema. Se hace difícil entonces, luego de tantas defensas o reformas propuestas para el ensayismo, definir sus condiciones de posibilidad, excepto por el recurso al origen: existió Montaigne, una singularidad, y por ende la personalidad más grande de la prosa moderna no ficcional; de allí surge el cultivo de lo personal como tarea, y el ensayista se ata a la exigencia de ser interesante en sí mismo. Podemos arriesgar otra cita, de Chesterton, como uno de los momentos más especulativos del libro, cuando dice: “El ensayo es la única forma literaria que confiesa, en su propio nombre, que el impulsivo acto conocido como escritura es un salto en la oscuridad”.
Por lo demás, en los estilos singulares de Hume, Samuel Johnson, Hazlitt, Virginia Woolf, entre otros, un lector suspicaz podrá intuir que el conceptualismo puede ser una soberbia innecesaria, y que para tener una buena prosa sólo hace falta probarse, sin tema, sin filosofías, en las palabras y más palabras con las que paseaba un príncipe de luto por una torre imaginaria.
La razón del estilo. Ensayos anglosajones en torno al ensayismo, selección y traducción de Fernando Alfón, Nube Negra Ediciones, 2016, 192 págs.
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