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Si bien Leonardo y Maquiavelo fueron contemporáneos, casi no dejaron huella de su interacción. Sabemos que trabajaron juntos en fortificaciones en la Toscana y en un proyecto para desviar el curso del Arno; también coincidieron en Florencia, cuando Da Vinci pintó el gran mural político La batalla de Anghiari. Pero la crónica de sus encuentros —propósito de este librito de Patrick Boucheron— supone, de antemano, “una cita frustrada con la erudición”. Demasiados hiatos, demasiados cabos sueltos. Ante la falta de testimonios directos, hay que hurgar en contratos notariados, asientos contables, misivas diplomáticas. A partir de la opaca intersección de esos textos, el historiador procura contar esta historia inasible. Pero, al tiempo que avanza en la trama, explora los vasos comunicantes entre ambos genios del Renacimiento, y así amplifica nuestra comprensión.
Boucheron nos invita a percibir la “vibración estética” que anima todos los mapas de Leonardo y a divisar, en el fondo de La Gioconda, los valles pantanosos de la región del Arno. Estudia el esbozo en sanguina de una triple semblanza de César Borgia; o examina esa mágica libreta que se conoce como el “Manuscrito L”, así como el plano de Imola, “primer retrato de una ciudad a vuelo de pájaro”. Códices con notas y proyectos y dibujos de Leonardo se someten a un sensible escrutinio. Si estas indagaciones estéticas son deudoras de los trabajos del historiador del arte Daniel Arasse, su lectura del Maquiavelo político sería impensable sin los estudios de Quentin Skinner y Claude Lefort. Boucheron profundiza en las obras canónicas del pensador florentino —los Discursos sobre la primera década de Tito Livio, Del arte de la guerra—, pero también abreva en las recónditas, incluido el diario de su secretario. En una de las prosas diplomáticas de Maquiavelo, reconoce el borrador de algún pasaje de El príncipe, al tiempo que nos enseña todo lo que esconde la Dedicatoria de este libro famoso y malentendido. En el pasaje más agudo de su argumentación, confronta la batalla de Anghiari tal como la pintó Leonardo y tal como fue narrada por el autor de los Discursos. (Maquiavelo refirió esa victoria algo azarosa de un ejército mercenario sobre otro en sus Decenales, una historia de Florencia escrita en tercetos rimados, según el modelo de la Comedia de Dante).
Como un profesional ya sin red, el historiador prescinde de toda nota al pie y va engarzando los hechos —ponderados con rigor y método— en un relato que incansablemente persigue el lirismo. Abundan definiciones melancólicas de la historia y aforismos sobre la política (“el arte del disenso en el momento en que se impone el principio de la desesperanza”). Pero el procedimiento entraña sus riesgos. A veces, una frase bien amonedada expresa un pensamiento banal; en otras ocasiones, una hipótesis profunda se diluye en enunciados poéticos. Boucheron combina algunas epifanías con muchos pasajes de vana literatura, y sus parrafadas recuerdan la hinchazón retórica que a veces afea las obras de Pierre Michon. Por eso no extraña que, en cierto momento, compare el modo en que arroja sus palabras con unos chicos que lanzan piedras al borde de un volcán… Cuando no se deja deslumbrar por el esplendor del lenguaje, su prosa brilla con un fulgor discreto: el que conviene a esta historia que apenas se deja narrar.
Patrick Boucheron, Leonardo y Maquiavelo, traducción de Agustina Blanco, Libros del Zorzal / Fondo de Cultura Económica, 2018, 189 págs.
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