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Escritura y autonomía (parte 1)

DISCUSIÓN

La carrera literaria me parece irreal, tanto en esencia como en el provecho que uno espera sacar de ella.

Maurice de Guérin

Hace más de diez años Bernard Lahire puso a consideración estos números en La condition littéraire: “En Francia, el 68,5% de los escritores publicados vende menos de mil ejemplares, el 15,3% vende entre dos mil y cuatro mil, el 13% vende entre cuatro mil y diez mil, y sólo el 3,2% vende más de diez mil ejemplares”. Yo sospecho, y fuertemente, que en la Argentina el 70% de los escritores de ficción no vendemos mil sino unos quinientos ejemplares (y en vistas de la propuesta general de este texto, se entenderá que no me estoy refiriendo estrictamente a los últimos cuatro años). La pregunta es, entonces: ¿se puede vivir de la escritura con estos números, en estos términos? La respuesta, creo, necesita ser doble: eso dependerá estrictamente de lo que entendamos por vivir de y de lo que entendamos por escritura.

Vamos a suponer el caso de un escritor argentino de mediana edad, prolífico en cuanto a producción de material textual (un Aira hace treinta años, digamos, que es ya un prodigio de lo prolífico), que forma parte de aquella enorme mayoría del ejemplo de Lahire, que puede escribir y publicar dos libros al año (digamos una novela, todavía el género canónico y en el que, intuyo, está pensando el francés, y uno de poesía o de cualquier otra cosa); esos dos libros van a poder arreglárselas para vender mil ejemplares cada uno (sería un caso inaudito, eh, pero aun así será el caso modelo). Si los contratos por cada uno de esos libros son contratos más o menos habituales y efectivamente el autor cobra en término el 10% del PVP de los libros en concepto de regalías por derechos de autor (PVP es “precio de venta al público”, en este caso digamos cuatrocientos pesos; otros modelos de cobro habituales incluyen, por cierto, adelanto y liquidaciones semestrales, ejemplares en lugar de dinero, no cobrar nunca nada por las razones que sea, mitad y mitad, no cobrar por un libro de traducción pero no pagar tampoco por el espacio para un libro “propio” de ficción o poesía, etcétera), entonces ese escritor habrá obtenido unos ochenta mil pesos anuales. A eso hay que descontarle, sin embargo, por lo menos un 20% en concepto de cargas impositivas, lo que deja sesenta y cuatro mil pesos, es decir 5.333 pesos mensuales. Esta suma representa hoy (es el otoño de 2019) el 20% del sueldo de un empleado de comercio a jornada completa (sin antigüedad), o el 30% del de un jefe de trabajos prácticos con dedicación semiexclusiva en la universidad (también sin antigüedad), o el 50% de una jubilación mínima.

Como es sabido, los libros causan un cierto interés al publicarse y luego comienzan un lento (o abrupto, aunque natural también) declive de ventas hasta que por fin se hunden en el olvido (o agotan, como en el ejemplo de arriba, lo que suele constituir una victoria pírrica, si se quiere, dado que la reedición en el marco de la edición independiente argentina es excepcional). Mientras tanto, es cierto, van apareciendo nuestros nuevos libros (en este ejemplo somos un prodigio de la escritura, escribimos y publicamos dos libros al año), y así es como se compensa algo de aquel declive natural, con el interés por la novedad (que en ocasiones, esto también es cierto, reimpulsa la venta y revive algo el interés por lo que pueda quedar vivo de nuestros “viejos” libros… de hace diez, cinco o dos años). Esta podría ser, a grandes rasgos, nuestra soñada participación en el círculo virtuoso de la edición independiente (excepción hecha de aquella escasa o nula posibilidad de reedición, más o menos generalizada e implícita en la propia mecánica editorial). Pero justo entonces uno se despierta y encuentra facturas por pagar, ninguna nueva novela que publicar y en su lugar tres libros de poesía que no se venderán porque “la poesía no vende”, muy poco tiempo para escribir, otros trabajos rotundamente asalariados y cronometrados que atender, diferencias con algunos editores independientes (las hay, claro que las tenemos) y otros tantos obstáculos de la vida moderna.

[Aprovecho para preguntar aquí si no habrá en la forma en que César Aira ha venido publicando sus textos (ya son cien) un gesto y una práctica (y quizás también una teoría) absolutamente orgánicos sobre la horizontalidad (una que incluye a Mondadori y Alfaguara, en su caso) conveniente y hasta deseable para publicar una obra. Quizás.]

El ejemplo anterior constituye, en cualquier caso, el tipo de momento en que el escritor tiene oportunidad de tomar conciencia de algo crucial (yo tuve la suerte de llegar a esta encrucijada a muy poco de comenzar a publicar, digamos cinco años): o se mantiene el propio impulso de la escritura dentro de este cuasi círculo, que además de virtuoso es también conflictivo y problemático, pero que aun así permite ser altamente propositivo y bastante autónomo; o bien se la transforma en una herramienta de trabajo consciente y más o menos asalariada (podría tener a partir de entonces unos compromisos paratextuales fuertemente ligados al mercado y/o a algunas instituciones, lo que quizás le haría perder algo de su carácter propositivo en pos de una cierta reflectancia), para dirigir su rumbo (aunque a veces no sea necesario) hacia una zona mucho más acorde a las variables de la velocidad y la cantidad (como fenómenos simultáneos; para la inmediatez que prescinde de la cantidad, aunque no solamente, existe algo llamado edición artesanal), lo cual es decir, a alguno(s) de los cientos de sellos de los dos grupos transnacionales de la publicación de libros, o corporaciones editoriales, a fin de cuentas: Planeta y Random House Mondadori.

El primero de los casos y más común (diré que por suerte) es al que Lahire (pero también André Schiffrin hablando de los pequeños editores independientes en su profético libro La edición sin editores) apela cuando habla de “la doble vida de los escritores” (de ficción): la del escritor-profesor, el escritor-periodista, el escritor-lo-que-sea-más-rentable-que-la-escritura-de-ficción, etcétera; es decir, escritores que mantienen su escritura relativamente autónoma y gestionan los medios para su subsistencia con ese otro “trabajo” más “rentable” (en ocasiones no tan diferente, aunque definitivamente algo más rentable: talleres, conferencias, servicios editoriales, escrituras por encargo, etcétera). Este otro trabajo más formal suele ser, en cualquier caso, el que proporciona además obra social, aportes jubilatorios, seguro, quizás vacaciones. Hay fisuras, claro; escritores y escrituras de esta y aquella zona que no publican en el lugar esperado o esperable y que tuercen estas lógicas o dinámicas, que alteran ciertos órdenes previstos y previsibles. Por supuesto que sí. Se trata más bien, me parece, de excepciones.

Julián López, en un post de Facebook muy comentado (es del 6 de septiembre de 2017), dijo: “Queridas editoriales independientes, ser independientes no habilita a manejos poco claros y abusivos. No se enojen, las quiero a todas, pero tenemos que hablar”. ¿A qué se refiere Julián López pero también, indirectamente, la Unión de Escritoras y Escritores (de la que Julián López forma parte), organización que se presenta como “un grupo de escritoras y escritores interesados en instalar el debate sobre la figura del escritor en tanto trabajador”? Bueno, resulta evidente que en ocasiones algunas editoriales independientes no pagan en tiempo o en forma (o ambas) las regalías por derechos de autor. Pero en ese caso, ¿por qué Julián López no nombra puntualmente a la/s editorial/es independiente/s con la/s que tuvo conflicto (si es que tuvo alguno y no estaba actuando como vocero gremial)? La generalización, lo recuerdo bien, cayó mal y causó, lógicamente, enojos, en especial entre aquellos editores independientes que consideraron que sí cumplían con esa y otras obligaciones contractuales, y que creían ser transparentes en sus manejos. Preguntarse entonces por el sentido de esa generalización sobre la edición independiente es un ejercicio interesante. Igual que este otro: ¿a qué zona de los escritores interpela el reclamo de Julián López y, por cierto, de la Unión de Escritoras y Escritores? Dudo mucho que a la mayoría, aquel 70% del ejemplo de Lahire que aggiornamos, donde hay muchos escritores que a veces cobramos regalías y a veces no, que cobramos en algunas editoriales y en otras no, que quizás no nos quejamos (y menos aún con una generalización en Facebook) simplemente porque entendemos lo difícil que es todo “un poco más desde adentro” y también (y esto no es menor) porque vemos ahí una forma de colaborar mínima, o nuevamente, en todo caso, con un proyecto editorial que nos hizo un lugar y siempre en peligro; escritores que en ocasiones publicamos y cobramos nuestras regalías con ejemplares porque ahí hay otra forma de colaborar, deshacerse de una tarea administrativa a futuro y al mismo tiempo obtener una ventaja rápida: acceder al dinero de regalías vendiendo nosotros mismos los ejemplares en ferias, festivales, lecturas, etcétera. Entiendo, de todos modos, que esto que para algunos suma para otros pueda restar.

El problema de esta idea del “escritor en tanto trabajador”, del trabajador de la palabra aplicada a la escritura de ficción (en un sentido amplio), es que sólo parece ser “viable” 1) en un mercado que ya no existe como tal (basta con ver cuál era en la Argentina la tirada promedio de una novela hace cincuenta, cuarenta o incluso treinta años) y 2) en los términos de una “industria de la cultura” que está centralmente en manos del oligopolio de las corporaciones editoriales (son casi los únicos agentes capaces de gestionar un fenómeno, atender la demanda eficientemente, producir mucho, saturar los medios, distribuir rápido y cobrar en término, incluso por coerción); en definitiva, para el caso del escritor que pueda multiplicar por cuatro o cinco (¡o más!) los montos y las cantidades del ejemplo de Lahire que aggiornamos. El resto de los escritores, quizás el grueso de los escritores de la edición independiente, diría, no soñamos con vivir de la escritura en esos términos. Aunque es evidente que algunos sí. Caso en el que habría que dejar planteada esta (otra) encrucijada: o desconocen esta aporía de mercado (y de campo cultural) y entonces el reclamo carece totalmente de fundamentos, o bien la conocen y el reclamo es, por decir lo menos, un tiro en el pie: “Poetas, narradores, cronistas, ensayistas, dramaturgos, ¿somos trabajadores? ¿Gozamos de los mismos derechos —servicios sociales, jubilación— que cualquier trabajador? ¿Qué lugar ocupa nuestra producción en el sistema de intercambio de bienes? ¿En qué condiciones trabajamos los que participamos de la creación de estos bienes y servicios culturales?”, se pregunta la Unión de Escritoras y Escritores. El dilema o la encrucijada de la edición independiente, o de la escritura y la autonomía, en definitiva, no puede resolverse si falseamos una humildad que es rotundamente necesaria: la de reconocer nuestras propias (y para mí también sumamente productivas) limitaciones como escritores, así como las del alcance o la “llegada” de nuestros dispositivos textuales: los libros. Entonces, ¿estamos reclamando (con todo derecho, sin embargo) que nos paguen en tiempo y forma unas sumas modestísimas (a veces ridículas), o en realidad estamos frustrados porque el campo es tan pequeño y nosotros vendemos demasiado poco, tan poco en verdad? Quizás ambas. Pero ambas.

Habría que preguntarse y analizar también, seriamente y de una vez por todas, cuándo surge y de dónde proviene el diseño de la estructura que sostiene y da forma a la “cadena” de comercialización del libro (industrial): 40% del PVP para la librería (el 50% cuando se trata de otra cadena, la de “librerías”), 20% para distribución, 30% para el editor (quien debe descontar costos de producción, gastos de prensa, pérdidas ocasionadas por devoluciones, etcétera) y, por fin, 10% para el autor. ¿De dónde proviene y quiénes impulsaron este mecanismo que desde hace muchos años ya sólo pueden afrontar eficientemente quienes mucho producen + bien distribuyen + pueden cobrar en tiempo y forma, mecanismo que se conoce como “consignación” de libros y que consiste en enviar los libros a las librerías (cualquier librería, no importa cuál librería ni superficie), esperar ventas (o forzar un reporte de ventas con un pedido de devolución, por ejemplo), cobrar (con suerte) a noventa días en un país con inflación terminal congénita, enviar reposiciones, y así? Pregunto: ¿hay alguna alternativa viable a este paradigma, que asfixia especialmente y sobre todo a las editoriales independientes medianas y pequeñas? ¿Quién la está pensando? ¿La Unión de Escritoras y Escritores? ¿El 10% del PVP de un libro es injusto y motiva un reclamo cuando es el 10% de pocos ejemplares, pero se acepta y anula el mismo reclamo cuando es el 10% de muchos ejemplares? ¿La Carrera de Edición de la Universidad de Buenos Aires está desarrollando alternativas en cuanto a producción, distribución, comercialización y circulación de (al menos algunos) libros? ¿Y la Licenciatura en Artes de la Escritura, “la primera carrera de la Argentina que ofrece formación académica de grado, pública y gratuita para escritores”? (Concedámosle a la Universidad Nacional de las Artes, por lo pronto, que la suya es una aventura reciente; confío, de verdad, en que muy pronto podrá funcionar como cámara de resonancia de estas cuestiones, e incluso también como laboratorio de respuestas posibles). Algunas de estas cuestiones ¿forman parte de la escritura?

[Por cierto: los libreros (incluso muchos libreros independientes) que les compran a las editoriales extranjeras en firme (es decir, pagan los libros antes de venderlos) pero les piden consignación y pagan (cuando lo hacen) con enormes retrasos a las editoriales independientes nacionales, sobre todo a las medianas y pequeñas, ¿son socios estratégicos, víctimas de unas reglas que vienen dadas y ante las que sucumben, o agentes culturales de una tercera vía que se me escapa? Lo señalo porque se trata de otro eslabón en una (la misma) “cadena” de responsabilidades que creo debería ser revisada y replanteada por todos y cada uno, y en cada instancia.]

Algunas de todas estas cuestiones ¿forman parte de la escritura? Quizás sí. Quizás formen parte de un tipo diferente de escritura, de una implicada realmente (no burocráticamente) con los diversos mecanismos de producción del soporte ideal (aunque no el único) de los textos: los libros. Considero esta escritura parte orgánica de la “edición artesanal”.

 

Parte 2.

 

25 Abr, 2019
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