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El contexto que estamos viviendo dado el panorama político y social de la Argentina ha instalado una serie de instancias de reflexión que, si bien ya tenían sus espacios de producción (sobre todo en lo que a la academia se refiere), resultan repentinamente imprescindibles. El propio Luigi Zoja, analista jungiano que presidió en su momento la Asociación Internacional de Psicología Analítica, se hace cargo de ello. En su búsqueda, sin embargo, no se pregunta por la construcción de lo femenino, por el lugar de la mujer en la cultura occidental o por el rol materno dentro del marco del análisis psicoanalítico, sino por la manera en que lo masculino opera en las sociedades occidentales. Lo dice claramente: preguntarse por el victimario y no por la víctima. Y allí es donde aparece el mito del “centauro”.
No es difícil encontrar la tesis del ensayo, algo que hace accesible la pluma de Zoja. El centauro es una figura que reúne el aspecto racional y el animal de lo masculino, sintetizando una lucha que no se resuelve nunca por ninguno de los lados y que abre la posibilidad de pensar que, en determinados momentos, emerge el comportamiento “centáurico”. Así, en las guerras, tenemos siempre al conjunto de soldados hombres que se distancian de las mujeres y que, como una horda salvaje, llegan al territorio enemigo con el afán de destruir y violar. La violación no es una consecuencia, un elemento secundario de ese comportamiento, sino uno de los motivos centrales. Violar a la mujer del enemigo y repoblar una zona con una nueva simiente es algo que está desde los tiempos grecorromanos hasta las invasiones de Stalin a Alemania (episodio que Zoja recupera en el libro) o en el centro de la mismísima conquista de América (Zoja, lector de El laberinto de la soledad de Octavio Paz). La violación es el crimen que opera en el trasfondo de la conquista occidental.
El ensayo es puntual, muy claro inclusive en su metodología, pero quizás sus mismos puntos fuertes precisan matices. La herramienta metodológica del análisis jungiano se convierte en una traba para complejizar la estructura que Zoja descubre, sobre todo, en un libro anterior, pero editado casi en simultáneo en castellano con Los centauros, que es El gesto de Héctor. En este último texto, Zoja se pregunta por la necesidad de recuperar la figura masculina positiva, que no es la del macho-centauro, sino la del padre. ¿No reside ahí uno de los problemas? ¿Plantear, sin más, la figura del padre como algo positivo no llena, no catectiza, de una energía positiva una posición que depende siempre de la violencia (simbólica) para su funcionamiento? Discutir la figura del padre, poner en suspenso la violencia masculina, pensar que puede existir esa masculinidad sin un modo de lo violento, muy a nuestro pesar, ¿cuánto de utópico tiene?
Luigi Zoja, Los centauros. En los orígenes de la violencia masculina, traducción de María Julia De Ruschi, Fondo de Cultura Económica, 2018, 209 págs.
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