TEORÍA Y ENSAYO

Varias veces escuché a Juan Bautista Ritvo hablar en contra de las novísimas escrituras del yo. Pero advertí que no se trataba de un menosprecio hacia los objetos que de ellas resultan, sino más bien de una desconfianza en su procedimiento. ¿Le parecía banal cuando no insustancial contar el trajín cotidiano? En varias ocasiones intercambiamos pareceres sobre algún diario, alguna autobiografía y coincidimos en que hay momentos de la experiencia que son reveladores; el problema es qué hacer con ellos. Con el tiempo comencé a encontrar en sus ensayos pasajes que se alejaban de la mera argumentación de ideas y conceptos; ¿eran epifanías?, ¿astillas de un diario que llegaban a esas páginas?, ¿una nueva orientación a seguir tras lo escrito? En ellos todo se fragmentaba, adquiría un ritmo frenético, desconcertaba por su procedencia. Entre la prosa y el verso, entre la síntesis y la imagen, casi siempre esos pasajes impresionaban por la resolución del asombro que provocaban; y es que allí se retrataba un modo de vida. Había alguien, una voz, un impulso, un sujeto que con el propio orden biológico disponía una experiencia de las ideas; y era entonces su palabra, ni más ni menos que la vida del pensamiento, el problemático yo —ya lo dijo Fichte, ante el mundo que no es ni real ni empírico— quien hablaba.

En Orfeo ese procedimiento, que denominaría sitiar al pensamiento en la vacilación del sujeto, se vuelve constante. Que existan las imágenes, que estas nos llamen y nos rechacen, nos permitan originar nuestras palabras y a la vez las sustraigan del sentido en tanto que situación, vale porque escenifica el pensamiento, y dicha escenificación tiene que ver con ese modo de vivir fascinado por lo que se persigue. Al fin, Ritvo no podría escribir de otro modo: siguiendo lo paradójico. En un breve ensayo, como si se tratara de robarle a Descartes su noche meditativa, se pregunta ¿Qué es el pensamiento? Ni signo, ni intuición, ni palabras, tal vez un escozor, una punzada; de seguro “turbión onírico”, o mejor, el arrastre de un cuerpo a continuar en el mundo, aun cuando se oscurezca su vitalidad. Quién podría creer entonces que pensar es diáfano; más bien todo lo contrario, es ensombrecerse, o dejarse ver, como un nadador o una blanca ballena, sólo unos instantes al desaparecer: “Mi cuerpo: esa es la penumbra enraizada en la tiniebla. El pensamiento surge de allí como el nadador que retorna a la superficie para tomar aire. Al cerrar la esclusa, el pensamiento se aferra al amparo de la frase esculpida”. Aun así, hay momentos en que el pensamiento desea volverse ritmo; y más que ser arrastrado en la frase, lo que busca es la medida del verso. Es el retorno de Orfeo lo más próximo que tenemos al momento de pensar; es en su retorno adonde aún podemos ver la respuesta de la música que no se escucharía: “Pienso en una frase seca; la escribo y el pensar queda abolido: es su máxima realización”. Ritvo parecería señalarnos que el fin de toda filosofía es la poesía, como antes fue su origen. He aquí una razón de la aclaración que él mismo hace a este libro: “ensayo/poema”, “o el nacimiento de la noche”. Por eso, al escribir sobre Baudelaire o Vallotton, lo que ya no se puede decir da origen al poema; o nos regresa a la noche del pensamiento, o permite versos como estos adonde las escenas son la invención, pero el ritmo su negación final —tan temida, tan buscada—: “Aquí están mis años, mis largos y olvidados años vividos, / Lo que ahora me rodea, / Me interpela, / Me desgasta, / Los pensamientos / repentinos, / impacientes, / que vienen y se van / sin que / podamos aferrarlos. / Mentira: nadie sabe qué es el pensamiento, / triste figura del que lucha contra las olas, / triste figura que / choca / contra las cosas / o atrapa sombras”.

 

Juan Bautista Ritvo, Orfeo o el nacimiento de la noche, 17 Grises, 2021, 190 págs.

9 Dic, 2021
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