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Desde hace casi dos años, Carlos Surghi ha venido publicando en la revista Präuse una serie de ensayos heterodoxos nacidos a partir de pretextos triviales —una dedicatoria en una tesis, una foto en un congreso, una visita a la peluquería, la referencia a jardines o nieves en libros, una cena entre amigos—, sostenidos sólo por la elegancia del estilo, el recurso al moralismo irónico y las asociaciones imprevistas. Se podría denominar a estos textos —apelando al gusto de su autor por Flaubert— como causeries-sobre-casi-nada. En este sentido, Paseo bien podría ser leído como el metaensayo que justifica teóricamente aquellos trabajos. Podría serlo si no fuera que las nociones mismas de ejemplo, método, teoría o sistema aparecen recusadas a medida que el ensayista se inclina, desvía o extravía hacia lo desconocido, hacia aquella verdad íntima que ningún método puede retener del todo sin arruinarse (“¿Cómo desde la verdad del corazón —se pregunta Surghi siguiendo a Rousseau— derivar una verdad lo suficientemente general, pero a la vez única, propia de esa experiencia que vuelve a ver los objetos por primera vez?”). Las metáforas espaciales o motrices no son para nada casuales, ya que el texto escenifica precisamente estas ideas bajo la lógica del paseo matinal, hecho de un ritmo particular, entre rutinario y azaroso. Uno está tentado a cada momento de reemplazar la palabra “paseo” por “ensayo”, comenzar a establecer un sistema complicado de analogías y volverlo un improbable tratado alegórico sobre el ensayo (¿será Paseo nuestro propio Las bodas de Filología y Mercurio?). Sin embargo, es falso que el paseo sea para Surghi una mera ilustración del pensar, el medio para volver sensible su tema; al contrario: la felicidad del pasear es la cosa misma de su ensayo. De allí la utopía discreta que comienza a cifrarse en él: no se camina para llegar a este o aquel punto, para cumplir este o aquel objetivo, sino que el paseo se recorta sobre el fondo de las obligaciones y se hace por el mero placer de su discurrir. Es lo que el autor descubre por ejemplo en El paseo de Robert Walser: menos una sátira sobre la lánguida vida burguesa que una miniatura de los destellos súbitos del caminante. Pero paradójicamente esas pequeñas epifanías son las condiciones mismas del ensayo por-venir: el paseo propicia la invención de una frase, una impresión fugaz obsequia un silogismo inesperado, un objeto fortuito nos da la forma de un argumento verbal que se ajusta a lo que estábamos escribiendo. Quizás pasear se asemeje al pensar, pero se pasea en otras cosas para pensar, por aquello que el paseo despierta en nosotros. Cualquiera que trabaje diariamente con palabras asentirá con felicidad la pseudofenomenología de estos “advenimientos discursivos” que Surghi nos regala.
Carlos Surghi, Paseo, Dianus, 2023, 88 págs.
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