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La capacidad de prever el futuro es una de las más célebres y escurridizas obsesiones que desde tiempos inmemoriales han subyugado al ser humano. La obtención de una garantía no sólo aplaca la sed de conocimiento y ofrece tranquilidad respecto a los plazos de las situaciones adversas, sino que también permite organizarse para lo que vendrá sin caer en falsos preparativos. En la Antigüedad era habitual asignar cualidades premonitorias a las deidades y a los componentes de la naturaleza, pero ya Cicerón, receloso, dijo que todo aquel que se dedicara a tirar al blanco acertaría tarde o temprano. Dos mil años después, Philip Tetlock —codirector del Good Judgment Project (GJP), una iniciativa cuya finalidad es mejorar las predicciones— recurre a una comparación semejante para relativizar el éxito de los oráculos modernos. Su trabajo revela que, en promedio, los expertos no consiguen acertar en una medida considerablemente mayor a la de un chimpancé que lanza dardos hacia un objetivo.
Pese a que fue publicado por primera vez en España antes de la pandemia, es evidente que la lectura de Superpronosticadores resulta más oportuna en la actualidad, cuando la exigente demanda de especialistas que disipen el manto de niebla que oculta lo que vendrá es cada vez más desesperada. En colaboración con Dan Gardner —aunque, a decir verdad, el libro está escrito en primera persona del singular y no termina de quedar claro por qué se incluye a Gardner como coautor, ya que pareciera haberse limitado a asistir en la redacción—, Tetlock afirma que los medios de comunicación mitigan la necesidad de certezas con vaticinios sin sustento, intuitivos, y cuyo propósito es a menudo entretener o impresionar, lo que conduce, como el resto de las noticias, a que no tarden en ser olvidados sin la pertinente verificación respecto de si ha sucedido aquello que auguraban. Mediante una prosa ligera y algunos ejemplos de interés, Tetlock demuestra que también en ámbitos donde los pronósticos son de suma importancia se suele incurrir en una alarmante falta de rigor. Así vemos cómo médicos, investigadores, economistas y hasta los servicios de inteligencia, entre otros, cometen diversas imprudencias relacionadas, sobre todo, con la carencia de un método que afine la predicción. Porque, según Tetlock, la habilidad de prever es real, y sólo es preciso abordar el trabajo con seriedad y reunir una serie de cualidades —que el autor resume en diez mandamientos— para convertirse en un superpronosticador. No es necesario que el aspirante sea un erudito en la materia: cualquiera que esté informado, conozca algo de aritmética y, más importante, sepa cómo pensar, es potencialmente capaz de obtener grandes resultados y de superar, incluso, las predicciones de los grandes aparatos de inteligencia.
Superpronosticadores es, por momentos, un llamado a unirse al GJP para colaborar con la transformación del modo en que se ejercen las predicciones. No obstante, a pesar de que el lector no aspire a convertirse en un voluntarioso formulador de pronósticos, el libro es meritorio en tanto tiene una propuesta definida acerca de cómo es posible perfeccionar este campo, al tiempo que su lectura es una herramienta útil para quien se proponga detectar augurios dudosos.
Philip E. Tetlock y Dan Gardner, Superpronosticadores. El arte y la ciencia de la predicción, traducción de Santiago Foz, Katz Editores, 2017, 326 págs.
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