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Ambulancia improvisada

Julia Enriquez

LITERATURA ARGENTINA

Cada tanto un libro enseña. No baja línea, no propone un ojo rector de un estado ciudadano determinado, no se obsesiona con la lírica interna de egoísmos abúlicos. Enseña, predica con ejemplos en verso. Acá está, lleva un nombre activo: Ambulancia improvisada. En él se escribe esa cosa escupida de cierto despecho femenino, pero no contra los hombres: contra algo mayor, el mundo en sí mismo, que incluye a los machos, claro. Pero también se ejerce la facultad de sincerar cierto pulso materialista para encantar las cosas, darles vida mágica: “Le doy al interruptor de la luz con el pico de una jarra de jugo”. Y sobre todo es un libro que saca provecho de la soledad. La forma, esas estrofas desencajadas casi sin comas, ni puntos, ni mayúsculas, ni subordinadas, son un goteo efectivo de elementos agridulces. Es un libro sobre el perdón por vivir en estado de desboque. Quizá sea un estado de juventud, pero un sentimiento poco situado, prácticamente eterno. Quizá sea un libro sobre cómo no envejecer, o al menos que no se note la pudrición interna, que se mantenga el talante. ¿Sobre el agotamiento? Sí, sobre cierto cansancio firme y consciente. Porque de lo que se trata, para Julia Enriquez, es de sostener un hilo de aliento en las cosas, que al menos sirvan de espejo. Los espejos, acá, son una forma de dialogar. Es, de algún modo, la contracara opaca de Tramontina (Vox, 2013), poemario contundente de Mariela Gouric, donde se reflejaba todo el alrededor soleado de una barriada llena de colores, fuentones, barro, casas irregulares y amor casero optimista. Se pueden leer en pugna. No sabemos las consecuencias de semejante tensión simbiótica. Lo que sabemos es que rompen con la ética barrial-drogona, esa oralidad brillante que inauguró y clausuró a la vez Mariano Blatt y de la que muchos siguen abrevando con resultados magros. Definitivamente Julia Enriquez escapa de la dicha afectiva y de los alcances de la lisergia cumbiera para proponer cierta privacidad abierta al mundo, entre Rosario y Gran Bretaña, mediada por la expresión “fanzines”, que parte el libro en dos y sirve de bisagra para movilizar lo creativo y lo precario a la vez. Esa paradoja afirma algo. ¿Qué se hace con la excitación? ¿Se ciñe el cuerpo por tomar mucho o se escriben poemas? ¿O las dos cosas? Lejanas a una estética entristecida o llorona, las penas pueden ser puro diamante en bruto para hallazgos como “Mi amor es mi descuido, mi descuido / mi comunión / la poesía / ambulancia improvisada”. La poesía no es nada y entonces lo es todo en su indeterminación. Claro: los hay eximios e inolvidables, los hay pasajeros, los hay abominables. En estos poemas, mención especial del Concurso Municipal de Poesía de la Municipalidad de Rosario, la pasión baqueteada cobra formas objetivas, sus indicaciones son artefactos para darse contra las propias angustias y marcar algún camino. Salvo que, como probablemente el final del libro reconozca, sea puro ensueño mental, pura sombra juvenil en la cabeza. Tan acostumbrada, esta, a hacerse problemas por nada.

 

Julia Enriquez, Ambulancia improvisada, Editorial Municipal de Rosario, 2014, 52 págs.

30 Oct, 2014
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