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El título del libro de Damián Huergo hace un guiño a una de las grandes corrientes literarias de las últimas décadas, el “giro autobiográfico de la literatura argentina”, como lo nombró el crítico Alberto Giordano. Acaso la posmodernidad entendida como caída de los grandes relatos generó la necesidad de que el sujeto se relate a sí —pero no necesariamente a sí mismo, muestra Huergo—. Estos diez cuentos, ganadores del primer Premio de Cuento del Fondo Nacional de las Artes (con Liliana Bodoc, Martín Rejtman y Rosario Bléfari de jurades), son todos protagonizados por un yo narrador que pasa de pibe adolescente a pibe adulto con las patas en la fuente del conurbano; y no importa discernir “qué cosas realmente le pasaron al autor y cuáles son inventadas”, en lo que sería más una inspección que una lectura. La clave, como siempre, está en el conector: y. Son relatos biográficos y ficcionales. Lo biográfico en un escritor —alguien que encuentra su mayor despliegue en escribir historias— incluye el conjunto de ficciones que es capaz de pergeñar. Tres veces, en el libro, muere el padre: ¿hay algo más biográfico que eso?
El yo literario como conjunto de relatos y escenas en que puede imaginarse de verdad. Y el parámetro de la verdad es la calidad del habla, la cualidad de la voz. La voz de alguien es la voz de alguien en un lugar. El pibe, por ejemplo, recuerda a un amigo austríaco que se hizo en Tijuana: “Yo le seguía la charla. Me gustaba oírlo inventar un lenguaje compuesto con palabras en español, inglés y alemán. A la distancia, esa lengua es lo único real que recuerdo de esos días”.
Es que la lengua es el caparazón de este narrador, como le gustaba decir a Francis Ponge. En el segundo cordón del conurbano la vida no es —siempre— trágica, ni fácil. Un perro lo acompaña a buscar al hermano fisura en los confines terrosos de la patria; un abuelo delira entrañablemente con poseer un par de hectáreas fértiles; un barquero lleva y trae jugadores al casino a fuerza de remar. Cada personaje secreta un legado, una historia, involuntariamente: siendo. El narrador es protagonista testigo. Hay un papá y una mamá separados e insistentes en la discreta épica de la supervivencia: precariedad pero con red, familiares, amigos, conocidos. La red impide la caída al vacío; pero la red, también, puede atraparte. El libro entero parece un homenaje a esa red que el narrador logró convertir en trampolín para hacerse un camino con dedicaciones que la excedían: el periodismo cultural, la escritura de guiones, docencia virtual y por supuesto la literatura, que entra a constituir la vida con el regocijo de lo ficcional; la literatura, que es el modo en que este pibe crece haciendo mundo con la lengua argentina: ese es el gran cuento no contado dentro del cuento que conforma este libro.
Del padre se repite que laburaba de volquetero. Y la tapa entera del libro es una foto, de unos treinta años atrás, donde un tipo está parado en el paragolpes delantero de un camión volquetero estacionado al costado de la ruta, en medio de la pampa o el monte. Mira al infinito argentino, con las manos en los bolsillos como diciendo no hay nada que hacer: idea tan verdadera como ficticia. Quizá la tapa exprese que narrar una vida es narrar un entorno, un medio ambiente; biografía y ficción, figura y fondo, fondo y figura.
Damián Huergo, Biografía y ficción, Notanpuan, 2019, 136 págs.
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