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Cuentos completos

Diego Angelino

LITERATURA ARGENTINA

De frecuencia intempestiva y aleatoria si nos guiamos por los compases de su aparición, la obra de Diego Angelino, narrador patagónico de ascendencia entrerriana, vuelve a presentarse en un volumen que compila todos sus cuentos como en un hallazgo. En su hechura y publicación el libro hace algo poco común, tratándose como se trata de un autor de dilatada trayectoria. Al final y en la contratapa, compila y enseña toda una serie de avales en un anexo fotográfico y documental cuya función, pareciera, es la de dotar de un cierto pedigrí a la escritura de Angelino, como si la reproducción facsimilar de una carta de Victoria Ocampo o una imagen de 1974 tuvieran un efecto validador para el rescate presente. Una vez leído el primer cuento, sin embargo, económico, vivaz y fluido como si la brevedad fuera tan larga y diversa como las vidas contadas —la de la viuda, la de los Frutos, la de la finca—, o como si se refutara la idea de que en la extensión se gana color, apertura o alguna gracia, la prosa de Angelino tiende a desembarazarse de esas anuencias protocolares y muestra que es capaz de valerse por sí misma. Pese a que no están fechados —una marca de origen que ayuda a imaginar si una modificación estilística, verbal o de oído es fruto de una ruptura o de una lenta maduración, por ejemplo, apreciable sobre todo si se trata una antología completa—, la lectura obediente al orden de aparición de los relatos puede advertir una plasticidad narrativa que va desde la exterioridad casi plena hecha de lo que se ve, lo que se dice y lo que se oye en uno de esos pueblos del interior en los que la aparente monotonía se ve salpicada de rumores, escándalos, silencios y apariencias, hasta otra modulación —¿posterior?, ¿más reciente?— volcada sobre cierta autoconciencia que hace que en “Evelyn Thomas” un narrador más dominante coquetee consigo mismo y con un determinado acervo literario —y denomine “gran fotógrafo brasilero” a Guimarães Rosa o “incomparable álbum de fotografías” a A la sombra de las muchachas en flor—, en algo así como un último gesto de modernidad que, al presentar Al país de las guerras, Martín Kohan ya había señalado. 

A la intemperie, desprovistos de cualquier abrigo —un techo, un patrimonio o la cordura—, los personajes de los primeros cuentos del volumen transcurren en el tiempo y transitan una geografía, dibujándola, mientras vagan por Campo del Banco y sus alrededores. Dramas y tragedias sin demasiado recorrido, versiones de mitos y leyendas del campo (“Antes que amanezca”) y súbitas querellas como las de Orduna y el Negro Chávez en “Como en un cuento” (¿de Borges?) le dan forma a ese universo. Ya se ha notado el hecho de que la temperatura que marca el avance de estos relatos es tan eléctrica como un reguero de chismes, el “todos vieron”, “todos saben” o “todos dicen” que alimenta cada una de las anécdotas y le da cuerpo a algo así como a un rumor colectivo que, modulado, se vuelve algo así como la matriz de los cuentos. En la segunda mitad del volumen —¿un corte estaría entre “Diversidad de lenguas” y “Cartas desde el Perú”?—, los años acumulados y los kilómetros también son como una línea rítmica persistente. Sobre ella se dibuja una melodía más florida y una trama diferente, acaso con otra soltura y versatilidad, como la de “Mi amigo, las islas, el Capitán y la muerte”, por ejemplo. La poesía visual del paisaje y las acciones del principio se aventura ahora en nuevos panoramas y gestos, algo más civiles y algo más barrocos. El tono se vuelve más personal, más propio de un narrador que, de altavoz colectivo, se ha transformado en presencia individual, mientras la acción se desplaza hacia interiores no menos inhóspitos: una pieza, un prostíbulo, la aguja de una iglesia o la cabina de una locomotora. Y no es que haya que subrayar un tránsito para disfrutar de la maestría de los relatos, ni que hacerlo asegure cierta agudeza en la percepción. Tampoco es tan invisible como para que no lo note un ojo con algo de práctica. Pero hacerlo puede ser útil, y provoca cierto gusto, si con eso se aprecia cómo se constituye, muta y converge la voz de un cuentista, de un prosista, cuyo extenso y luminoso recorrido ya no es un secreto.

 

Diego Angelino, Cuentos completos, Eterna Cadencia, 2025, 160 págs.

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