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Aunque no nos proponga elegir entre la lectura lineal o la salteada, Echeverría, el libro más reciente de Martín Caparrós, trae aquel lejano eco cortazariano en las dos tramas que lo componen. Una cuenta la vida del poeta romántico en siete capítulos que remiten a algunos episodios clave de su biografía (el regreso del viaje iniciático a Europa, la gloria con la publicación de La cautiva) y dan lugar a la construcción de un personaje de ficción. La otra cierra cada uno de esos episodios por medio de dos apartados: “Entonces” y “Problemas”. El primero de estos apartados repone ciertas fuentes documentales (cartas, fragmentos literarios o políticos); en el segundo, el narrador ensaya hipótesis sobre cuestiones historiográficas y sobre el escritor devenido intelectual, al mismo tiempo que construye su propia figura de autor y teje las relaciones entre aquel pasado de mediados del siglo XIX y este presente.
Aquella época, la de la fundación del país, de la política y de la literatura, se piensa como un tiempo similar al actual porque la Argentina nunca parece cambiar: es la promesa, lo que podría haber sido y no fue. El fracaso, entonces, guía el punto de vista (“nuestro fracaso sin fisuras”), tanto para el héroe romántico que viene de la nada y termina en la nada —silencio, exilio y muerte— como para el autor, que no gratuitamente incluye como cierre del libro su marca de escritura desplazada: “Barcelona, Madrid, 2015”. Por lo tanto, aunque Caparrós parece seguir una poderosa tradición literaria que dice que la literatura argentina es política (“Escribir en argentino, sea eso lo que sea, es pura política”), al mismo tiempo se corre de ella y, contemporáneo, adscribe a las llamadas literaturas del yo: esas en las que ningún autor puede dejar de hablar de sí mismo (“Después, durante todos estos meses, traté de rechazar las semejanzas: escribís, me decía varias veces cada tarde, sobre Echeverría”).
Buscando a Echeverría, Caparrós parte de los pocos datos biográficos conocidos y los condensa en episodios. A la vez, recurre a la expansión para desplegar el relato como si el esqueleto de la anécdota se pudiera rellenar ilimitadamente y así comprender qué y cómo pensaba y sentía Echeverría, cuáles eran sus certezas y sus dudas, sus valentías y sus miserias. En ese punto es fundamental el lenguaje, la reescritura, la repetición y la contradicción: “agarra su pistola y se la apoya contra la sien derecha, tembloroso: que agarra su pistola y se la aplica al cerebro, dirá: tomé mi pistola, apliquémela al cerebro, dirá”; “Piensa que debería disfrutarlo, piensa que no debería disfrutarlo”. La frase, manipulada hasta la saturación, al principio sorprende, pero por momentos el excesivo lujo técnico se convierte en puro juego verbal.
¿Por qué Echeverría en este momento? Dice el narrador del poeta: “se ha convencido de que un escritor —él como escritor— puede hacer algo importante por su patria”. ¿Será que Caparrós, en tanto escritor, también quiere hacer algo por su patria? ¿Será que la literatura tiene todavía ese espacio y que la vida de Echeverría permite aprovecharlo? Dos tramas en anverso y reverso que se muestran a la par: el libro Echeverría también podría haberse llamado Caparrós.
Martín Caparrós, Echeverría, Anagrama, 2016, 376 págs.
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