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El pangolín malayo es un animal extraño, como el dodo o el ornitorrinco. Con ojos negros y profundos y una coraza hecha de escamas duras, el pangolín se asemeja al armadillo criollo o mulita y, como el significado de su nombre lo indica, se enrolla sobre sí mismo. En El Águila ha llegado, de Bob Chow, este mamífero malayo adorna la tapa de un disco inédito e imposible que cuelga, como un crucifijo psicodélico, en una sala de hospital que alberga el profundo sueño comatoso de Gustavo “Ceramic” Guerber, cantante popular, acompañado de su inseparable groupie Solange Segula.
Una parte del relato ocurre, efectivamente, entre esas cuatro paredes de la Clínica Kimifusa, en la dulce espera del posible despertar de la estrella de rock, entre los intentos vanos del Dr. Nolan y las canciones inspiradas de Segula. Y es que la groupie de Ceramic vive ciertas “intercepciones” que la conducen a una isla paradisíaca mental donde logra dar con el astro de la canción, sano y salvo. Como una suerte de Coronel Kurtz escondido en la selva psíquica, Ceramic observa abstraído las costumbres de los pangolines malayos y le regala canciones a Segula para que ella, al despertar, le recite al Ceramic comatoso.
Ahora bien, a partir de esa escena primigenia desdoblada entre la clínica y la isla, cuando la trama pareciera ser simplemente circular, el pangolín malayo ataca de nuevo e invoca el espiral, el círculo que se repliega sobre sí mismo. En su afán por despertar a Ceramic, Segula se compromete con un proyecto descomunal: grabar 666 canciones del genio musical. Para financiar ese plan, viajará a Taraguí (ex provincia de Corrientes) para conocer El Águila. En esa localidad, un aeropuerto abandonado —fracaso de la tecnología, triunfo del tiempo— será el verdadero camino que conduce al Águila. Un avión fantasma en un aeropuerto abandonado ¿no es como un hombre suspendido entre la vida y la muerte?
En todo caso, a partir del encuentro con el Águila, Chow desdobla la narración e introduce, como si de una muñeca rusa se tratara, una novela escrita por Solange Segula que arrastra el relato a niveles delirantes comparables con las novelas de Thomas Pynchon. A partir de esta subnovela, de corte policial-paranoico, el presidente Scioling, chinos hasta en Marte, asesinos seriales del futuro y extraños hologramas místicos comienzan a cruzarse con las canciones de Segula, sus visitas a una psicóloga y la espera del hombre en coma en la Clínica Kimifusa. Como lo quería William Burroughs, en la novela de Chow, el lenguaje humano es un virus: se replica, contagia, infecta de delirio y paranoia la trama del paciente y su compañía.
Pero El Águila ha llegado no es solo un libro. De manera atípica, la novela viene acompañada del disco El verdadero camino hacia el aeropuerto, interpretado y compuesto por la banda de Bob Chow, con diez canciones de un género símil rock psicodélico de los cincuenta. En ese gesto, hay una apuesta por el anacronismo: el disco como avión abandonado o como pangolín, objeto de otro tiempo. Al terminar El Águila ha llegado, el disco se desprende como la flor de Coleridge y queda la obra como resto y la imaginación como potencia. Un aeropuerto abandonado puede tener mil aviones fantasmales, un hombre en coma puede componer 666 canciones: la impotencia es la excusa para desplegar la multiplicidad y el contagio en esta nueva novela de Bob Chow.
Bob Chow, El Águila ha llegado, Nudista, 2016, 162 págs.
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