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Diario de campo, enciclopedia privada o manual de instrucciones: de cualquiera de esas formas (y de todas a la vez) puede leerse el objeto narrativo que escribió Mike Wilson. El planteo es claro y simple: un ex combatiente y boxeador, ante la locura incipiente que lo amenaza, huye hacia los bosques de Yukón. A Wilson le lleva menos de una página trazar las coordenadas del libro: entradas enciclopédicas que combinan el detalle antropológico, la taxonomía del manual y la anécdota personal, bajo un pulso narrativo implacable y certero.
Una de las virtudes del libro es el efecto y la fricción que surgen de combinar el método de conocimiento enciclopédico con las costumbres cotidianas y específicas de los leñadores. Wilson pareciera haberse preguntado o propuesto (quizá aquí pregunta y propuesta sean sinónimos) hasta dónde se puede llegar en el registro y desglose de la vida de los hombres que se dedican a derribar árboles. Cuánto más es posible catalogar y detallar, hasta qué punto las conductas observables pueden transformarse en información e instrucciones para llegar a ser leñador.
Frente a las casi quinientas páginas del libro, cabe preguntarse si la duración no puede volverse en contra de la escritura. Quizá porque una de las tareas que parece imponerse Wilson es la de la desmesura, hayan sido necesarias cada una de las páginas que suma el libro. Pero, al mismo tiempo, la escritura se vuelve mecánica, se acomoda a su lógica de disrupción inicial, y no faltará el lector que luego de cincuenta páginas adivine el próximo movimiento del libro. Más allá del esfuerzo final, la previsibilidad del texto es un efecto inevitable del dispositivo de la enciclopedia. Está claro que Wilson se inscribe en la vasta y proteica tradición de autores que busca dinamitar la tensión narrativa y cualquier vestigio de trama tradicional, pero quizá la única objeción que suscita Leñador sea cómo se hace esto sin caer en la falta de gracia —o cuáles son las variantes del trabajo con la repetición—. Bernhard podría ser un maestro en esta materia.
Las fichas etnográficas de la novela (el narrador observa como si el campamento se tratara de una tribu recién encontrada) se ven apenas separadas por breves párrafos en los que el personaje anota otras circunstancias de su vida cotidiana en el bosque. Se entabla otra causalidad de hechos que, al igual que en las entradas enciclopédicas, funcionan por acumulación. En cierta manera el refugio total del personaje es la clasificación continua de hachas, zorros, constelaciones, botas y barbas.
Cuando el libro aún no ha llegado a un cuarto de su extensión, Wilson confiesa la clave del proyecto, como si ya no pudiera esconderla y prefiriese hablar deliberadamente de lo que está haciendo. Se refiere a guías telefónicas y manuales de niños exploradores que han sido escritos sin ánimo creativo y con una función pragmática, y allí se pregunta en qué se convierten cuando han perdido su utilidad. Entonces deja caer la divisa del libro: “Quizás a partir de la obsolescencia de un texto este se vuelva literatura, se vuelva arte. El manual, el almanaque, la guía pasa a ser novela”. Wilson imposta la función pragmática de su libro, inventa ese manual en el que encuentra literatura y hace el camino inverso: escribe una novela para obtener una enciclopedia anómala.
Mike Wilson, Leñador, Fiordo, 2016, 496 págs.
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