El gran misterio tiene un prólogo y un epílogo. Un juego genérico, porque el prólogo, espacio reservado al autor, no está firmado; y el epílogo funciona simplemente como cierre, como un final encuadrado en pautas del siglo XIX, en un lenguaje que parodia todo realismo y que lleva al absurdo el concepto de transparencia, la obsesión del narrador y protagonista. Se trata siempre de la voz que Aira supo construir y que hoy nos resulta inconfundible: nítida, coloquial, abstracta; una voz que encara largas disquisiciones teóricas o narra escenas absurdas; la voz de un personaje siempre oscilante entre la genialidad y la idiotez.
Martín Prieto ha dicho que Aira tomaba de Borges la inventiva de los relatos de Historia universal de la infamia, y poco más. Sin embargo, la escritura de Aira se ha ido aproximando, cada vez con mayor nitidez, a los postulados de “La Biblioteca de Babel”. El prólogo reflexiona sobre la enumeración, sobre su virtual infinitud, sobre las posibilidades combinatorias del lenguaje, sobre sus límites. Y sobre una cuestión central en la novela: el develamiento del gran misterio, que dejaría de serlo, paradójicamente, si pudiera revelarse.
Un científico que practica la lógica del azar; una mansión decimonónica de ecos góticos; una hija adoptiva de quien sabemos poco y nada; dos abogados hallados en una biblioteca que desaparecen en pleno trámite de divorcio; una esposa que desde el primer día teme la invención de un rayo desintegrador destinado a suprimirla; un genio que duerme parado y habita en el protagonista; un descubrimiento revolucionario que el tiempo ha convertido en algo cotidiano. Con esos elementos se construye El gran misterio.
Se ha vuelto un lugar común hablar de los libros de Aira apelando al conjunto de sus libros; en cierto modo, cada uno de ellos funciona como un corpus, un conjunto de elementos dispares que se revelan solidarios por su mera proximidad, que forman un sistema de cuerpos en gravitación, reunidos por azar o por la deriva del lenguaje y sometidos a la mirada de quien crea su objeto de estudio, hasta que se descubre a sí mismo en el conjunto.
“Toda la utilería necesaria”, dice el prólogo, para “hacer lo que hacemos”: inventar un rayo que transparenta las cosas o escribir un libro, este y después otro, en un interminable juego de combinaciones. Decir que César Aira lo ha hecho, con El gran misterio, cien veces, equivale a decir que lo ha hecho diez o veintidós. Por lo demás, con Aira nunca se sabe.
César Aira, El gran misterio, Blatt & Ríos, 2018, 80 págs.
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