En una de las interminables “notas-recuerdo”, el relator de Suicidio (2017) de Édouard Levé menciona que a su amigo le hubiese gustado ser un “autor de larga resonancia, de gestos hechos en unos minutos”, cuya huella se conservara y observara durante largo tiempo. Y remata: “Tu interés por la pintura nacía de esa suspensión del tiempo en la materia: el tiempo breve de su realización era seguido por la larga vida del cuadro”. Siguiendo esta línea, Ezequiel Alemian (Buenos Aires, 1968) opta en El regreso por una escritura posicional, que une componentes proponiendo abolir el espacio y el tiempo como categorías separadas, fundiendo el tiempo de su caminata en un fresco callejero. En este libro las descripciones de autopistas, puentes, cercos de concreto, árboles y quioscos se inscriben en la singladura de quien las nombra. El flâneur periurbano que adopta como ropaje —y en el que despliega sus intenciones de interventor— deja flotar en la atmósfera del relato ciertas marcas de estilo (repitiendo de alguna manera un ademán “antiampuloso” que caracteriza Onnainty). Desplazándose por esas configuraciones gratuitas que Rem Koolhaas llama “espacios chatarra” (como recalca Graciela Speranza en su lectura), Alemian parece decirnos que allí es posible pensar y escribir la literatura argentina, entre un montón de edificaciones (¿figuras literarias que constituyen un mapa, una cartografía de la escritura quizás?) y sus escombros (¿las diversas formas y los restos que deja esa escritura?).
En una entrevista, el autor de Impresiones (2014) mencionaba que en su pasado de analista en suplementos de economía le gustaba escuchar el “susurro”
de lo que Alan Greenspan tenía para decir a los corredores de Wall Street. En El regreso, Alemian se propone escuchar el rumor de lo que se cifra en las calles, remarcando singularidades en lo cotidiano: “Del frente de una casa, sobre la ochava, cuelgan dos telas con estas inscripciones: La lucha nos da lo que la ley nos quita y La resignación es un suicidio cotidiano”.
A diferencia de otros libros que abordan “el caminar” (pienso en Los anillos de Saturno de W. G. Sebald, Caminar de David Le Breton, Caminantes de Edgardo Scott y varios de los libros de Sergio Chejfec), el libro de Alemian no intenta girar su literatura hacia adentro sino hacia afuera; no busca hacer canon ni sistema; no pretende incorporarse sino perderse. Entonces la pregunta que surge es: ¿hacia dónde regresa Alemian en El regreso? Tal vez lo haga hacia un nuevo lugar: un espacio que se fija más allá de los límites de lo conocido, pero que es plausible reconocer como lugar de regreso gracias al poder que las palabras le confieren en su ejercicio de libidinización.
Ezequiel Alemian, El regreso, El 8vo. Loco / Tren en Movimiento, 2017, 52 págs.
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