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Así como las cartografías sentimentales buscan representar, más que la fijeza de un paisaje, sus movimientos y transformaciones, la poética de Andi Nachon, de forma parecida, despliega una gran capacidad para obrar con el lenguaje constelaciones singulares que dan sentido a las intensidades afectivas, rítmicas y temáticas de diferentes etapas vitales. Su poesía reunida, editada recientemente por Bajo la Luna, es una gran oportunidad para leer y habitar los distintos universos que transcurren de libro en libro de una de las voces más singulares y potentes de la poesía argentina contemporánea.
En la música vamos reúne casi treinta años de trabajo. Su título responde al último de los libros de Nachon, hasta ahora inédito, en el que la musicalidad da la clave de la lectura. El trabajo sobre el ritmo, la respiración, los silencios, es dedicado y especial en cada uno de los libros. La música, además, funciona como lenguaje común, código compartido de referencia y encuentro con otras y otros: “música sea eso que desborde / te saque de vos y lleve / algo hacia afuera algo más / nos une y es”. Pero también el “vamos”, el ir, irse, dejarse llevar, devenir, son variantes de un tópico recurrente en una poética que encuentra en la naturaleza su sentido más profundo: “perdida de mí, a vos llego: niebla”. La música, ese sonido que en cada una de las nueve partes de su poesía reunida se actualiza de un modo particular, es también lo que suena y resuena de la naturaleza, del roce de las hojas de los árboles, del florecer de las rosas chinas, del caudal cambiante de los ríos, de la lluvia que se siente como una turbina de avión. En la poesía de Nachon la naturaleza es un paisaje sonoro, una red afectiva de pertenencia, mutante, secreta, una música constante, bajita y potente: “excede cada árbol y atraviesa / a cada individuo. De los bosques dicen una red, tejido / hormonas y enzimas hablan a oscuras / su lengua química: yo quisiera ser ahí / un beat”.
En la música vamos comienza con Siam (1990), primer libro de Nachon, con su célebre verso “mi punkita”. De ritmo acelerado, cortante, warrior, de tesitura adolescente y apocalíptica, inaugura una primera constelación, un espacio de amplia experimentación con las posibilidades del lenguaje y su significación: “freesby / solo de bajo / tumbero flasheo / parar el tiempo / be cool baby / be cool”. Lo siguen W.A.R.S.Z.A.W.A, Taiga, Goa, Plaza Real, 36 movimientos hasta, Volumen I, La III Guerra Mundial y el inédito En la música vamos. Libros que son ciudades, territorios, zonas en las que se destruyen o construyen sentidos, experiencias, memorias, dolores, pasiones. A veces de manera más performática, casi cinematográfica (“campo anegado se disuelve fotograma a fotograma / fragmento de imagen, donde agua y tierra / forman un reflejo. Llueve”), otras con una cercanía sentimental y microscópica, con el cuerpo y la voz en el centro: “solita con mi cuerpo yo cantaba, vos llorás y canto, tu / cuerpo una galaxia”.
Como esos domos de nieve que, más que capturar el clima, encierran un recuerdo sensible y particular, En la música vamos condensa una poética que escenifica, con la voz propia y la de otrxs, un diario afectivo y personal; una mirada lúcida sobre el mundo y su extrañeza. Así transcurrirán los fantasmas, las princesas eslavas, los viajes largos en auto, las citas favoritas, los basquetbolistas, Pixies, las canciones incómodas, los chicos bestiales, ladies y estudiantes bauhaus, conformando una playlist vital, sentimental y necesaria para sustentar la vida en su continua expansión: “[…]. Un puntito / a los bordes del mapa: esto que es y no / y al tiempo / lo mínimo / que pudieras hacer con ello”.
Andi Nachon, En la música vamos, Bajo la Luna, 2019, 447 págs.
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