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En la última línea de esta novela negra y apocalíptica hay una alusión a Dante, que enlaza con el “infiernito íntimo” de la primera página. No es de extrañar, porque la narrativa poética y descarnada de Yuri Herrera se apoya en los pilares de la gran literatura: en La transmigración de los cuerpos Beatriz se ha convertido en una vecina calenturienta que no duda en engañar a su novio y en regalar su sudor y su saliva; Camus ofrece el modelo de la ciudad sitiada por una epidemia y los mosquitos que la propagan; y Romeo y Julieta se reescribe descartando del enfrentamiento familiar todo rastro de amor. La tradición no se brinda a la adoración sino a la alquimia, está ahí para ser utilizada y recreada. Para llegar a la estrellas de la última línea antes hay que recorrer este pasaje: “la gente toda es como estrellas muertas: lo que nos llega de ellas es distinto de la cosa, que ya ha desaparecido o ya ha cambiado, así sea un segundo después de la emisión de luz o de la mala obra”.
El protagonista es el Alfaqueque, experto en negociaciones incómodas e intercambios: un mediador. Como los personajes de Trabajos del reino y de Señales que precederán al fin del mundo –las novelas breves que situaron a Herrera en el centro de la literatura en nuestra lengua–, la frontera forma parte de él. Pero en este caso no es necesario dibujar la franja movediza que separa dos países ni traspasar ninguna línea imaginaria: no hay paso que se dé en la ficción que no sea en sí mismo fronterizo. Cada palabra lo es a su manera: “bisnero”, “teibol”, “buenosdiar” y “comolevar”. Y el Alfaqueque, que vive de su labia, de su Verbo, se dedica a la ingrata tarea de tender puentes entre personas o familias o grupos empeñados precisamente en quemarlos. Bajo los cadáveres y el descrédito de los policías y militares y la peste y la ineficacia gubernamental, tal vez haya en este relato un resquicio de luz. La que ilumina a quienes utilizan la palabra para unir y no para alejar. Esa lectura no es evidente. Tampoco lo son los rastros de los grandes maestros, quienes como es sabido nunca se equivocaron acerca del dolor y qué bien entendieron su función en un mundo tan difícil de representar.
Yuri Herrera, La transmigración de los cuerpos, Periférica, 2013, 134 págs.
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