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La curva del tiempo

Diana Bellessi

LITERATURA ARGENTINA

No hay nada más interesante que el viaje de un poeta, acaso porque para quienes prescindimos de los desplazamientos, los poetas viajen no para adquirir experiencia sino para abandonarlo todo y ser sorprendidos. Rimbaud lo sentenció así con su periplo a Abisinia, cuando ya no teniendo nada que escribir y queriendo solo riquezas tampoco tenía mucho por vivir. Diana Bellessi en La curva del tiempo traza ese itinerario en un viaje en el que, al descubrir África, termina una vez más sabiendo que su lugar en el mundo es las islas del Delta, esa doble patria de la infancia en la que desde hace un tiempo su poesía se ha afianzado, ha descubierto un tesoro. Así desfilan en cada verso antílopes, jirafas, burritos de Etiopia, cebras y leones del Serengueti, los que majestuosos y elegantes son ahora en el poema presencias reales que antaño imaginara una niña, y que, en otro momento, hacen espejo con los insectos, los perros, los árboles, los pájaros y las flores de Zavalla o el día a día del Delta. Ocurre que para todo poema alejarse es tener certeza de lo próximo: “África / de mi infancia hoy vuelta la arcadia / de una isla soñada, real al mediodía // de este junio en que ahora te recuerdo”. Hecha entonces de observación y atención, cuando no de paciencia y conciencia, la obra de Bellessi ha ido incorporando la intimidad de un lugar amado que es tributo de ese mundo se encuentre donde se encuentre, próximo o distante. Por lo que vivir en el poema, sería algo así como escucharlo en vez de escribirlo, y hasta visitarlo en lugar de transformarlo en libro.

Sin embargo, en este nuevo libro en tres oportunidades la medida de los versos se vuelve ritmo de la prosa, y como si la manada de elefantes o la tropa de monos que aúlla en los arboles se detuviera, lo que aparece en ellos es un nivel de reflexividad que antes Bellessi entregaba en otros libros donde, por ejemplo, ensayar suponía una distancia con el poema. Ahora esa distancia ya no existe, se ha borrado y el pensamiento de la poesía solo es posible entre los respiros que da la confección del verso. Un pensamiento de la naturaleza que es el espejo de todo poema donde “en él se refleja con toda dulzura, con toda furia la otredad en la intemperie”, y un pensamiento del poema que sigue su vuelta a la naturaleza, más aún cuando esta está en peligro, es lo que escuchamos por ejemplo cuando Bellessi evoca al viejo San Francisco y su amor por el lobo. Antes que una dialéctica en suspenso, la prosa y el verso inundado por el ritmo son el devenir de un razonamiento de amor: “Hundida en la insondable soledad muchas veces pienso que el más remoto ser humano se volvería mi hermano, mi carnal para siempre si lo encontrara en ese momento con el brillo cóncavo del espejo”.  Acaso esa tarea del poeta, como lo fue para Spinoza pulir lentes, sea justamente pulir el brillo de todo espejo, labor que justifica su existencia, porque “los que llegan al poema no sirven para nada, salvo treparse en una nube o nadar en las aguas bravas”.

El servir de la poesía no es entonces mas que conciencia de un instante de belleza y peligro, de dolor y alegría en el que las palabras se vuelven más reales. En toda una vida Bellessi así lo ha atestiguado. Elogio sin precio, valor más allá del valor, el poema sería el lugar donde la curva del tiempo aún nos resguarda, aún otorga la única posesión posible, lo que ignoramos: “En su sombra y en su luz enjoyada reposa lo que escribo, y cuando cada libro empieza tiento el peligro, busco la forma aun no probada, desde mi ineptitud a veces, o desde el desafío de quebrar aquello que conozco hacia la sombra espesa de lo desconocido”.

 

Diana Bellessi, La curva del tiempo, FCE, 2025, 66 págs.

24 Jul, 2025
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