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A contrapelo de su publicitada impronta neodecimonónica, novelesca y familiar, esta reciente y abrumadora composición del escritor Gustavo Ferreyra puede leerse como la biografía de un hombre, pero, mejor aún, como la historia de una idea.
Así como “Vida y Sujeto”, el ensayo que cierra La familia, parece ser el punctum que condensa el flujo incontinente de las fuerzas narrativas y conceptuales que se entrecruzan en el texto, todo lo que de “novela” puede caberle a este trabajo parece subsumirse en su fuerte condición teorética. De tal modo, pese a que La familia “narrativa” se agiganta a lo largo de quinientas páginas gracias a un ardid híper descriptivo –e impulsada por una prosa afirmativa que al mismo tiempo se enrosca y desenrosca en torno a un objeto, una actitud, una reflexión, o ciertos sentimientos tal vez inexpresables–, todo ello pierde entidad –si esto fuera alguna vez posible– frente al peso específico de los otros rodeos y circunvoluciones que propone La familia “conceptual”.
Organizada en tres series temporales más o menos dispersas que abarcan otros tantos siglos y se dilatan entre los años 1925 y 2106, la historia tiende a concentrarse en la figura de Sergio Correa Funes, el último vástago de una casta de locos y enfermitos cuya prole va atrofiándose al mismo ritmo que lo hacen el abolengo y la fortuna familiar.
Filósofo pero bancario, golpeado por su ser y estar en el mundo y por las tragedias íntimas que abisman ese peso existencial insoportable –“Febrero de 2005” y “Mayo de 1992” son pasajes extraordinarios–, SCF es, precisamente, el impúdico, revulsivo, monstruoso y apestado gestor de la “ideíta” en la que, de algún modo, zozobra la “novela”: en este caso, se trata de “independizar al Sujeto de los mecanismos de la Vida”.
Qué es el Sujeto y qué es la Vida, el desarrollo argumental de cada una de esas posiciones, y su hipotético enfrentamiento, se cuentan entre lo más logrado que presenta La familia.
Lo otro, que bucea en las profundidades del pasado para darle una entidad al presente, que se detiene y se regodea en el ahora de la horripilancia de Funes, o se aventura en un futuro en el que este tipo, muerto, es un gurú reverenciado, puede incluso –aunque tal vez se considere un andamiaje necesario– resultar grandilocuente, como si el vigor o el virtuosismo que le dan a la prosa su espesura perturbaran por exceso y demasía.
Gustavo Ferreyra, La familia, Alfaguara, 2014, 570 págs.
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