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La luz negra

María Gainza

LITERATURA ARGENTINA

Desde el advenimiento del posmodernismo, la literatura de género ha experimentado una profunda revalorización en todos los sentidos. No es necesario elucidar el fenómeno aquí; baste decir que desde nuestra perspectiva ilustrada de bien entrado el siglo XXI, nadie con una pizca de sentido común se atrevería a descartar una obra sólo por ser de ciencia ficción o policial, y los escritores no tienen ningún reparo en probar sus talentos en cualquier territorio que se les canta, sea literatura pulp, fantástica o lo que en otros momentos se habría llamado pornográfica.

Estas reflexiones vienen a la mente mientras uno lee los primeros capítulos de La luz negra de María Gainza. A medida que uno se va encontrando frases como “bombones envueltos en papel dorado incrustados sobre las almohadas como diamantes falsos en la nieve”, “era el tipo de habitación que bien podría haber tenido una puerta falsa disimulada con lomos de libros” o “Desde su muerte llevo un pedazo de hielo sobre mi corazón”, parece saber en qué territorio está ingresando —algo que bien podría estar filmado en blanco y negro, quizá con Bogart o Bacall escupiendo esas líneas tan llamativas—. Y la premisa encaja: una crítica de arte caída en desgracia se aloja en un hotel para escribir su “confesión”. Lo que sigue, al principio por lo menos, es una historia de falsificaciones y falsificadores (varias veces en el libro, en la mejor tradición posmodernista, se aboga por el valor del arte de la falsificación), gente de distintas nacionalidades en ambientes bohemios, una mentora carismática e irremplazable y una figura sumamente misteriosa: la Negra, la mejor falsificadora/artista de todas.

Como sabemos que Gainza es una escritora excelente —la colección de cuentos de El nervio óptico fue una contundente demostración de eso—, podemos suponer que todo aquello es deliberado, que nos quiere, al principio por lo menos, presentar una historia de la literatura negra (¡sobre la Negra!). Comienza muy bien: la atmósfera es perfecta, las ocurrencias son agudas, el ritmo es rápido y los personajes son memorables. Y cuando Gainza combina todo eso con lo que hace mejor, su talento distintivo para escribir sobre la historia del arte en clave de ficción —por lejos la mejor parte de la novela es el catálogo inventado de una subasta apócrifa de la obra y las pertenencias de la artista Mariette Lydis, la “víctima” predilecta de los falsificadores en cuestión—, empezamos a sospechar que este libro nos va a deparar un placer especial.

Pero eso no sucede. Ya sea para subvertir las expectativas del lector o quizás debido a una falta de convicción en el curso elegido, la segunda mitad del libro se va disolviendo en una serie de viñetas sin forma. Nuestra narradora decide investigar la vida de la Negra para una biografía eventual pero, como ella misma reconoce, no podría ser más floja en su cometido. Aunque todavía hay momentos buenos, algunas chispas del período tan fascinante de los sesenta porteños y sus supervivientes, la verdad es que no hay mucha gracia en un Poirot indiferente, un Marlowe perezoso o un objetivo en última instancia decepcionante. Aunque bien podría ser verosímil: ¿cuántas veces en la vida real se cumplen nuestras expectativas más atesoradas? Como diría Marlowe mismo (también parafraseado en el libro): “Este no es un juego para la verosimilitud”.

 

María Gainza, La luz negra, Anagrama, 2018, 144 págs.

 

21 Mar, 2019
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