LITERATURA ARGENTINA

Trece son los poemas que componen La Suerte, el nuevo libro de Paula Jiménez España. Cada cual lleva como título uno de los arcanos mayores del mazo de naipes clásico del tarot, salvo el tres de espadas (arcano menor). El despliegue de la baraja, más que en abanico, se produce como una visita a un extraño museo, algo parecido al recorrido que propone el maestro Martial Canterel en Locus solus (la novela de Raymond Roussel) o la contemplación de la serie de cuadros El apostolado de San Feliz de El Greco: cuando las cartas son dadas vuelta, en vez de acogerse pasivamente a la interpretación, las figuras enfrentan al lector y cuentan su historia.

La forma que eligen es la de un soliloquio enrarecido, cercano por momentos a la balada lírica romántica. No se trata de una narración lineal, sino de una descripción meditada de las figuras mismas, donde priman la metáfora y el símil como tropos de enlace entre la voz y el universo. El arcano que nos habla viene de un más allá incorpóreo y busca en la imagen el punto de concreción que dé a probar su existencia en la palabra: “Adentro mío, dios / hierve como una bruja en una olla, porque yo soy la tierra / y estoy para quemar su frío, el nombre hueco / la madera hecha cruz, el poder de su cielo disgregado”, leemos en “La Emperatriz”.

Cada arcano se descubre compuesto por mil imágenes, un ojo tejido por millones de ojos a través del cual mirar el mundo. A su vez, la tirada del libro (esas cartas, esos poemas) se trama con las trece estampas que la Suerte echó ante nosotros. Un flujo de imágenes va agrupándose y reagrupándose dentro de cada poema, y su movimiento afecta al conjunto, marca continuidad en el trazo y comunica las líneas sonoras y visuales, como si así urdieran la vida de quien hace la consulta. La constelación warburgeana, la línea sensualista de Alfons Mucha y el eco enunciativo de Las muertes de Olga Orozco se inscriben al unísono: “Si hay una hoja / danzando es para mí, o tal vez / deba decir: nosotras / porque en mis ojos están todos los ojos / que vieron hojas / alguna vez” (“La Ermitaña”).

De este modo, en una época en la que la religiosidad dogmática no para de reconquistar territorios en lo profundo de las sociedades, la remisión al tarot parecería proponerle un drenaje al asunto. La libertad interpretativa que el juego le da al universo a través de la apertura de sus íconos pone en tela de juicio cualquier doctrina, desviando la sed metafísica de la humanidad hacia el misterio. Sólo imágenes conjugándose con imágenes hasta hilvanar un sentido sometido a la duración, como nos dice “La Rueda de la Fortuna”: “No espero nada / mi trabajo es andar / y yo obedezco”.

El poema se instaura como la respuesta insensata que aporta lucidez. Quien lee ya no distingue si le hablan o se habla a sí mismo, si se llama o es llamado. La Suerte no diferencia entre emisor y receptor en el mensaje, entre tenor y vehículo en la metáfora: ambos lados ocurren a la vez en la voz, porque el universo es caos y orden. Y ese caos y ese orden son aleatorios, simbióticos. Así reflexiona “El Loco” hacia el final: “Tan insensato él, como el poema / acontecido en la ofrenda de una mente / que del vacío saca su resplandor”.

 

Paula Jiménez España, La Suerte, Caleta Olivia, 2021, 48 págs.

20 Ene, 2022
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