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Acuclillado a los pies de la cordillera desde hace algún tiempo, un escribiente que ha terminado por llamarse simplemente Marmat le dio lugar a Malasya, la novela que no existe. Publicada como libro en el sello Nudista, en sus páginas hay algo de esa inexistencia que se torna real. Se trata de un país o lugar que, como proponía el último Héctor Libertella, no está ahí porque es la misma noción de lugar la que no existe. ¿Qué escritura puede desprenderse de esa tierra afantasmada?
La “Advertencia editorial” nos pone en guardia: “Estos manuscritos fueron encontrados en El Desierto de Las Kurdas, al nordeste de lo que fuera Malasya Septentrional, antes de la ruptura de la Pangea”. Hay manuscritos, hay una geografía, hay un territorio dividido en diferentes zonas, hay incluso un mapita que en la tapa del libro muestra su ubicación al lado de los Océanos Antiguos, pero en el fondo de esta novela hay un respeto muy grande a lo que teje la trama abigarrada de sus historias. Un respeto al misterio de la escritura. ¿Por qué tiene forma de novela, aun cuando sea inexistente? Quizás porque en este género se vuelve posible como en ningún otro el misterioso lugar de la escritura. ¿En dónde se escribe? ¿En la hoja, en la computadora, en la cabeza del lector, en una tradición literaria, en la sociedad? Cierta tensión horizontal hace que Malasya esté adentro del libro, pero también afuera. Es un lugar extraño y doble. Entonces, de algún modo, no podemos ingresar a esta novela porque está afuera de sí. O, lo que es lo mismo, estamos desde siempre en esa Malasya que nos viene de todas partes.
Dividido en tres libros y en ochenta y ocho capítulos, este territorio porta un delirio que lleva a “escribir en voz alta”. Se trata de escritura anudada a una voz que suena fuerte, seca y calurosa como el viento zonda. Aparece una serie de narradores que se suplantan constantemente y un carisma inunda a los varios personajes que pululan entre las páginas. Entre estas criaturas destacan Personaje Descolocado, protagonista de las peripecias, y Celebrante Retirado, una suerte de gurú del primero.
A pesar de su propensión a la lejanía, a estar siempre más allá, el tejido lingüístico de la novela está completamente infectado por un muy acá. Jergas de barsuchos, griterío de vecinos, anécdotas de andanzas plebeyas, olores agrios de borrachos y alucinaciones de drogones. Las situaciones que se van creando son de lo más desopilantes, y con ellas Malasya es capaz de sacar las mejores carcajadas del lector, como cuando se narra el episodio en que Personaje Descolocado y Celebrante Retirado casi se matan al discutir sobre el peso del alma. Con esto se crea una tensión vertical entre lo alto del más allá y lo bajo del vocerío cotidiano que se suma a la horizontal del adentro-afuera: Malasya está adentro y afuera, pero también arriba y abajo; de ahí su mística.
Como hipótesis, se podría decir que Malasya es hija de dos grandes novelas argentinas: Los sorias de Alberto Laiseca y El Museo de la Novela de la Eterna de Macedonio Fernández. Como en Laiseca, existe la búsqueda de una novela total en la que se funda un mundo desconocido, pero también el más chabacano que vivimos a diario. Como en Macedonio, hay un juego en aplazar la escritura de la novela cargándola con giros metanovelísticos de una comicación irresistible, de manera que cada capítulo es un prólogo más de ese Museo que no encuentra enlace ni desenlace. Mientras tanto, Malasya llama a sus lectores con el ruidito alegre y lejano de un boliche perdido en el horizonte.
Marmat, Malasya, Nudista, 2024, 480 págs.
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