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La mirada es más órgano que el ojo

Violeta Kerszberg

LITERATURA ARGENTINA

La oscuridad del campo antes de la madrugada, una casa en ruinas, cercada por el avance de los cultivos, bichos que crujen, aleteo de murciélagos, sumergen al lector, en las primeras páginas, en un clima de inquietud e irrealidad que no se disipa con el avance del relato. Con tintes por momentos fantásticos, La mirada es más órgano que el ojo, primera novela de Violeta Kerszberg, indaga en los mecanismos de la memoria y de la narración a través del contraste entre los modos de narrar y recordar de generaciones muy alejadas entre sí.

Bosnio es muy joven, ha llegado a la estancia para ganarse unos pesos con un trabajo del que no conoce los detalles, está acostumbrado al aislamiento de las tareas rurales pero lleva el celular como talismán y compañía: “Recordar las fotos de su celular lo hace sentir confiado. Son certezas de que algo vivió. Lo que es igual a decir: ha recolectado más que silencios”.

Lo espera Vilma, una mujer muy vieja que lo recibe sin presentarse ni demandar que él lo haga. Su voz ocupa el espacio y no espera respuesta, va hilando un relato que se remonta a su infancia entre catorce hermanas que comparten la ropa y las trenzas, además de las tareas de campo. Los recuerdos de Vilma van poblando la narración de sucesos peculiares que bordean lo absurdo, aunque por momentos también asoma en ella un realismo descarnado.

Luego de un rato de escucharla, Bosnio descubre que Vilma es ciega. Al habla de Vilma, el joven casi no responde, o lo hace en su cabeza, piensa una respuesta sin verbalizarla. Él está pendiente de la pantalla de su celular, de las fotos que almacena, de los mecanismos de edición. Los recuerdos de Vilma y los de Bosnio se yuxtaponen, y si acaso se relacionan en algún punto es en la reflexión sobre la naturaleza de la memoria. Vilma retrocede a su infancia, cuando inició un viaje en busca de treinta cabras negras que habían desaparecido, un relato lleno de peripecias, con resabios del cuento tradicional.

Entre el lirismo y la minuciosa observación, Kerszberg despliega una escritura atractiva y personal, alterna los momentos de acción del relato de Vilma con las pausas reflexivas del muchacho, con sus recuerdos silenciosos y sus interrogantes perspicaces. Por momentos, el relato de ella tiene ecos en él y despierta memorias de una abuela inmigrante: “Retrocede: su abuela cocinando varenikes. Zoom en el recuerdo: su abuela y Vilma, y miles de otras esparciéndose por el campo, por las calles empedradas de una ciudad, bajando del barco”. El de ellos es un diálogo mudo, pero diálogo al fin. Hacia el final, un tercer personaje que es pura oscuridad será la llave de un desenlace anunciado y fantástico.

Violeta Kerszberg convierte en materia narrativa la pregunta acerca de los distintos modos de percepción, acerca del lugar de las imágenes y las palabras en la forma de aprehender el mundo y en las maneras de narrarlo. Se trata de una reflexión muy bien tramada en la ficción, con una lengua que sabe cruzar las anécdotas y expresiones camperas con una escritura contemporánea que se despega de todo localismo. La mirada es más órgano que el ojo es audaz en su planteo formal, inteligente en los interrogantes que plantea, atractiva en su escritura. Se trata, en definitiva, de una auspiciosa primera novela.

 

Violeta Kerszberg, La mirada es más órgano que el ojo, Alquimia, 2024, 128 págs.

23 Ene, 2025
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