Anora

Con el comienzo de su famosa y póstuma nouvelle En torno a las excentricidades del cardenal Pirelli, gran vaudeville donde se da bautizo a un perro, Ronald Firbank inaugura un tipo de subgénero que sitúa a los animales (domésticos o no) como núcleo organizador de las narraciones. Este ejercicio supo dar grandes frutos en la literatura inglesa del siglo XX, como es el caso de Vales tu peso en oro de J.R. Ackerley o como en El camello de Lord Berners. De Dos relatos indefendibles, también de Berners, nos ocuparemos en esta reseña.
Gerald Hugh Tyrwhitt-Wilson, lord Berners, fue una figura destacada en Inglaterra durante el período de entreguerras: compositor admirado por Stravinsky, pintor y escritor, también fue conocido por su humor seco y sus extravagancias, algunas de las cuales se volvieron legendarias. Por ejemplo, en Faringdon House, cerca de Oxford, donde se instaló en 1931, gustaba de remojar a las palomas en pintura de colores porque no soportaba su plumaje natural, e invitaba a caballos y jirafas a la mesa del té; solía ponerse, además, una máscara de cerdo durante los paseos en coche para asustar a los vecinos, entre otras hilarantes actividades por el estilo. Como dijimos aguas arriba, escribió un libro (El camello) en el que cada situación, antes que una orquestada comedia de enredos, parece ser el producto destilado de su más verosímil cotidianidad.
En “El señor Pidger”, obra que abre Dos relatos indefendibles, una joven pareja decide visitar la casa de Wilfred Davenant, tío rico y flamboyant que odia por igual a animales y políticos. Aun a riesgo de perder la herencia que ha sido asignada al matrimonio, Millicent Denham decide llevar de contrabando al señor Pidger, un adorable y minúsculo perrito cuya presencia desatará un sinnúmero de gaffes dignos de un filme de Buster Keaton.
En “Percy Wallingford”, por el contrario, el tono se vuelve notablemente más sobrio. Aquí un joven dotado a quien Berners denomina como “criptoegoísta”, ve opacar su brillo durante su madurez al convertirse en un diplomático atrapado en un matrimonio algo aguachento. Toda tentativa de recuperación de su élan perdido se viene a pique cuando descubre que su tímida esposa, Vera Mansfield, tiene el talento de ver en la oscuridad, y que de esta manera puede observarlo en sus momentos más vulnerables como, por ejemplo, mientras duerme.
En ambos textos, sin embargo, pervive una suerte de vocación lúdica, grácil, casi sin arabescos y en la que parece distinguirse, a lo lejos, una voz danzarina que dicta, al ritmo de un tierno violín o de una desbocada pianola, un puñado de historias que envuelven encantadoramente a quienes se presten a oírlas.
Lord Berners, Dos relatos indefendibles, selección, traducción y prólogo de Agustín González, Serapis, 2024, 108 págs.
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