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El caminante de Lao Tse, al que llama “buen caminante”, es el que al caminar no deja huellas. La huella indica un rumbo determinado, lo que señala una intención; el caminante de Lao Tse, en cambio, no persigue nada en especial, camina sin rumbo, se funde con el camino porque sabe que sólo en el ser surgen las huellas. Algo similar sucede con la lectura de la obra reunida de Lila Zemborain, Matrix Lux, editada recientemente por Bajo la Luna. A la ilusión de cronología, de linealidad o rumbo, se le opone una obra reunida que es una multiplicidad orgánica en la que cada libro es un artefacto poético único y particular que expande, en su universo, su propia teoría, su poética, su plasticidad.
Si en el andar la escritura poética se cristaliza y hace huella, en el recorrido que plantea Matrix Lux, y es aquí donde radica su gran potencia, siempre vendrá un nuevo camino, una nueva pregunta, una nueva constelación de intereses y formas. Cada libro en Matrix Lux implica una experiencia de tránsito por distintas etapas y ciclos, tensiones de la vida y de la naturaleza. En este sentido, escribir parecería ser en Zemborain articular formas y lenguajes de lo vital, de ser en el espacio y tiempo presente, un cuerpo móvil, energía lumínica y sensorial, materia blanda que escapa a lo que puede comprenderse de una vez y para siempre: “- Poiesis ¿qué era? / – Ser poeta y no saber qué es la poiesis / En conclusión, además del dolor de cabeza y el mareo, biopoiesis, creación verbal relacionada con los organismos vivientes, con la vida”.
Matrix Lux, edición conjunta de todos los libros de Lila Zemborain (Ábrete sésamo debajo del agua, Ústed, Guardianes del secreto, Malvas orquídeas del mar, Rasgado, El rumor de los bordes, Materia blanda y los inéditos Lengua bífida y Matrix Lux) viene acompañada de dibujos realizados por ella misma. De esta forma, con sus variaciones, Matrix Lux apuesta como un todo a la experimentación rítmica y formal: a la prosa, los poemas breves, los poemas encerrados en cuadrados, los poemas que fluyen como ríos o malvas, los que serpentean, los conjuros, los que se repiten como mantras. Lo que nos deja en claro que una obra está del lado del devenir, en que el lenguaje es un material vivo y siempre mutable, como las líneas seis y nueve del I Ching: “cadenas de sonidos / que estampan el milagro de transformar / una sustancia en otra”.
Así, tal como plantea Arturo Carrera en el prólogo, la poesía de Zemborain parecía estar del lado de la acción, de los movimientos vitales. De este modo, configura un mapa afectivo único, la línea de una vida que se extiende desde la adolescencia al mundo íntimo de la familia, la muerte, el nacimiento, el amor. Y en esa reflexión sobre lo que acontece, emerge la pregunta, la necesidad siempre elusiva de comprender algo: “Y algo comprendí / que no está dicho / Era hablar de la luna / y de un resplandor suave”. Como si la propia escritura hiciera tangible el misterio: escribir para entender cómo funciona la visión, las células, cómo florece una flor, cuál es color de los membrillos, de los besos, qué significan los infinitos puntos de Yayoi Kusama, el color blanco, el cielo celeste y rasgado, un cuerpo, el veneno, cómo es la relación entre la nieve y las hortensias.
Por último, poesía parecería ser en Matrix Lux una forma de deconstruir el mundo y sus fórmulas, sus caminos y huellas, su luz y colores. Tal como dijo Rimbaud en la famosa carta a su amigo Delahaye, escribir es una forma de hacerse vidente en virtud de un largo, inmenso y razonado desarreglo de todos los sentidos. Y así en Matrix Lux: “Pero qué es la luz / Matrix Lux / en la que creo / para subsanar / el desequilibrio”.
Lila Zemborain, Matrix Lux. Poesía reunida 1989-2019, prólogo de Arturo Carrera, Bajo la Luna, 2019, 496 págs.
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