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¿Qué es lo que se disuelve en el mundo representado en Mundos en disolución, de Pía Bouzas? Se trata, en principio, de mundos que saben tanto a lo referencial cotidiano urbano como a la aventura del cuerpo en la intemperie más descomunal. Los espacios geográficos del sublime vertical sudamericano que la autora ya había ido presentando a sus lectores (en Una fuga en casa, por ejemplo, El Chaltén, los cerros de Challhuaco o los Chihuidos contrastaban con la desolación de Cutral Có o Rincón) aquí alternan con la selva húmeda. Y es entonces cuando ese milagro del antirrealismo mágico tan propio de su escritura campea en la trama de lo real, delicadamente construida: “Ahora la selva que bordeaba la costa latía, negra, densa; respiraba. Las olas tenían un hilván fosforescente que caía ruidoso contra la costa. Solo ese hilo cortaba la quietud espesa” (“Tortugas marinas”). Este enunciado generará un suceso fantástico, sobrenatural, porque la protagonista le propone llanamente, a su acompañante, “¿caminamos?”. No obstante, el hechizo de lo real está permanentemente en marcha en este cuento. Basta un detalle para cambiarlo todo.
Contar las derivas de un cuerpo en la selva o en la montaña implica en esta escritura abrir líneas de fuga que segmentan la representación de una totalidad, o mejor, que eluden su representación. El hecho mismo de escalar se convierte en una práctica que enfrenta a los montañistas a la materialidad de lo inmenso, de lo ingente, de lo inefable. Viento, blancura, frío, nieve, exceso de sol, escasez de oxígeno contrastan con el universo ficcional, colmado de sucesos, de la selva venezolana.
Mundos en disolución es un conjunto de relatos cuya variedad se apoya fundamentalmente en un trabajo exhaustivo con la lengua. No hay un registro o un tono monocordes. Entre marcas dialectales y sintaxis a contrapelo del español estándar se abren paso historias en la selva, el desierto o la ciudad, la montaña o el balcón del departamento. Se comienza en el encierro, en lo virtual, y se termina en “vidas” tan diferentes y en movimiento que no se cruzan aunque estén vinculadas por el género, la clase, la etnia.
Estos mundos se disuelven pero persisten en el presente, como el amonite que Daniela compra en el camino entre las dunas del Sahara: la escritura es también como sus cámaras ventrales, capas espiraladas que van desde el tiempo pandémico, el de los movimientos sutiles del tai chi chuan y la observación de aves, hasta décadas atrás en el manglar y el contrabando en una localidad caribeña. El balance es, sin dudas, lo que predomina en esta sinfonía literaria: a la aventura selvática de “Tortugas marinas” le sucede el espacio gélido del Lanín en los Andes donde se gestan pasajes y ritos silenciosos frente al sublime vertical (“El aire escasea aquí arriba”).
Los materiales de este libro son noticias, crónicas, el mundo de la intensa experiencia que dan los viajes. Y a partir de esta convivencia surge la pregunta por cómo salir del realismo sin rebasarlo en un momento en el que se plantea su agotamiento para narrar sus horrores. Mundos en disolución experimenta con esos bordes, da otra vuelta más al realismo a partir del lenguaje, de la sintaxis, de una respiración y un tono. Para ello, es precisa la renuncia o renuencia del narrador/narradora: hay sólo emergencias breves. Y predominan mujeres que cuentan los procesos, los acompañan con la escritura, en una búsqueda interminable. Estos cuentos tienen una artífice que ejecuta, con habilidad y destreza, el delicado arte de narrar.
Pía Bouzas, Mundos en disolución, Salta el Pez, 2023, 114 págs.
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