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María Teresa Andruetto (Córdoba, 1954) nació en Oliva, un pueblito de llanura, hogar de criollos e inmigrantes, de campos sembrados de maní y trigo, de vacas parsimoniosas, bravos pastizales y algunos, pocos, campos alambrados. Si ya de por sí, afirma la autora, el paisaje sabía cómo interpelar la veta melancólica que se inscribe en los recónditos genes del alma de cualquier ser humano, el asilo de enfermos mentales que coronaba el pueblo contribuía, a su modo, a la particular hechura del espíritu de la comunidad. Si se le suma el desarraigo de una tierra natal —Italia— y la paulatina evanescencia de una lengua materna —la piamontesa—, la obra de Andruetto podría haber fermentado en la nostalgia y en la malquerencia de un presente astillado de pérdidas. Por el contrario, su obra en general pero en particular Una lectora de provincia, su último libro, ensaya un recorrido autobiográfico por sus inicios lectores con la inteligencia y el optimismo del candor elaborados.
La colección Lector&s es pródiga en mitos de origen, en capítulos de iniciación de autores nacionales consagrados, en tanto que predispone a los escritores a escarbar en el relato de la memoria para dar con la escena, el momento, la imagen, que supo inaugurar el chispazo literario, el acceso a la palabra narrativa. El caso de Andruetto resulta particularmente interesante porque ese camino se inscribe, desde los comienzos, en su atención al otro, en el meollo del término (a esta altura, considerablemente manoseado) empatía. Su bisabuela y su abuela eran de las pocas alfabetizadas (en italiano) de la zona, y ayudaron a los emigrados iletrados en la lectura de las cartas que llegaban del viejo continente y en la escritura de las correspondientes respuestas. La presencia del otro (de las minorías populares, de los marginados, de las culturas aborígenes, de las mujeres), cara a la obra de Andruetto, encuentra aquí su germen indiscutible. Y una imagen final, la de su añosa bisabuela en la cama con un libro, rubrica una existencia ideal: “Murió leyendo”, le dirían una y otra vez a la niña María Teresa.
Llegarán luego las lecturas infantiles de boca de la madre; más tarde, su dominio del relato oral para integrarse en el colegio y hacerse de nuevas amigas; su posterior descubrimiento de Pavese; su ingreso a la carrera de Letras en la Universidad y la obnubilación por Vallejo; su insilio en el sur a causa del golpe militar del 76. Y, con la primavera alfonsinista, el armado —desde cero— de una nueva biblioteca: una biblioteca democrática.
En una época en la que afloran, una vez más, discursos políticos que pregonan la violencia de un individualismo ciego, que presuponen que la sociedad es una simple suma de seres (y no su complejo y tenso entramado), Andruetto nos recuerda que sumergirse en la lectura privada implica recalar en la histórica, y que en la más personal de las palabras afloran aquellos que sabemos nombrar con amor, odiar con pasión o, sencillamente, desconocer.
María Teresa Andruetto, Una lectora de provincia, Ampersand, 2023, 186 págs.
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