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Si se toma la premisa de que escribir un buen cuento es, ante todo, ser capaz de sostener la tensión durante toda la narración, Una fuga en casa, de Pía Bouzas, es entonces una colección infalible. Cada uno de de los nueve cuentos que la componen logra mantener en vilo al lector desde un comienzo in media res hasta el final.
Las nueve piezas tienen la particularidad de ser bien diferentes entre sí, con narradores y escenarios distintos. Cuatro relatos son narrados en primera persona por mujeres de varias edades: una preadolescente en una familia ensamblada; una veinteañera que cuenta las peripecias de su amiga durante las vacaciones; una joven esposa que recuerda un accidente como si estuviese en terapia, y una madre con mucho tiempo libre que visita el zoológico todos los días. De los restantes, cuatro tienen narrador omnisciente (incluidas las peripecias, en uno de ellos, de un petrolero que va a visitar a una amante) y uno tiene un narrador masculino en primera persona (un guía turístico en El Chaltén). Parece un detalle menor pero, en tiempos en que la narrativa suele estar centrada en experiencias personales, con la consecuente primacía de la primera persona y una tendencia al realismo que sólo ve desde la perspectiva de escritores citadinos (por supuesto, todo esto regado de felices excepciones), la ductilidad de Bouzas para explorar otras vidas posibles es, en sí misma, un hecho para celebrar.
La narradora de “Valizas” comienza diciendo que se quedó todo enero en Buenos Aires leyendo, “como si en la lectura encontrara una forma de matar el tiempo o de sobrevivir a él”. El binomio leer/escribir es uno de los asuntos que recorren el libro; se lee (y se escribe) para pasar el tiempo, pero también como un modo de trascenderlo: una fuga en casa, la vieja y perenne idea de poder viajar a todos los mundos posibles a través de las palabras. Así, cada cuento de Una fuga en casa trabaja sobre los mecanismos de la narración: ¿cómo se cuenta una historia? ¿cómo se sostiene la tensión? ¿qué cosas hay que contar y qué se debe callar para mantener el interés del lector? Sin conexión aparente entre sí, las nueve narraciones tienen como hilo conductor esta voluntad de permitir la fuga, de arrojarnos hacia distintos mundos posibles. Para construir esos mundos, Bouzas no necesita elaborar tramas enigmáticas, ni siquiera trabajar demasiado sobre las voces de las narraciones (una chica de trece años no habla muy diferente de un hombre de más de cincuenta); apenas deja entrever la tensión, que queda latente durante toda la narración; esa “segunda historia” que Piglia sugiere en sus tesis sobre el cuento.
La tensión suele estar dada o bien por los vínculos familiares y esa carga del “deber ser” que existe en muchas familias, o bien por lo sexual, un tipo de escritura que la autora domina con soltura. Los cuentos que cruzan ambas temáticas parecen los más complejos. Es el caso de “En la habitación matrimonial”, donde en apenas unas páginas, llenas de diálogos parcos y entrecortados, el cruce entre lo sexual y el “deber ser” familiar se tensa al límite, con la esposa moribunda en el dormitorio y la amante de la juventud (lo que pudo ser) en el cuarto de al lado, haciendo que el sexo, origen primigenio y espurio de la familia, haga estallar lo que creíamos saber acerca de lo que se supone que son los vínculos familiares.
Pía Bouzas, Una fuga en casa, Club Hem, 2018, 170 págs.
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