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Oferta de sombras

Dárgelos

LITERATURA ARGENTINA

“Yo no soy un poeta para muchedumbres. Pero sé que, indefectiblemente, tengo que ir a ellas”, escribió Rubén Darío en su prefacio a Cantos de vida y esperanza. Un siglo y un par de años después, la consigna parece hecha a medida de la lírica que Adrián Dárgelos ha sabido inventar junto a los Babasónicos en las casi tres décadas de la banda. Consciente de que la poesía es sobre todo un arte de contrastes, Dárgelos aprendió a calibrar las dosis justas de elevación y cursilería que la mejor canción popular latinoamericana heredó del modernismo. Sin miedo a la bisutería ornamental, ni al guiño culterano, ni a la sentencia adhesiva, en sus canciones Dárgelos casi siempre logra pavonearse con gracia sobre la cuerda floja que va del camp al kitsch: de hecho, con frecuencia, hasta tira unos pasos sin perder el equilibrio. Además de ser con toda probabilidad uno de los más ávidos lectores del infaustamente bautizado “rock nacional”, Dárgelos es uno de sus acuñadores de eslóganes más prolíficos y eficaces; y su inteligencia y desfachatada sofisticación, que brillan en consonancia con el inquieto eclecticismo de la música de Babasónicos, lo convierten en uno de los referentes de la lírica argentina de las últimas décadas, sobre todo en un contexto en que la idea de la poesía como género exclusiva o eminentemente escrito parece estar en crisis, en gran medida a causa de la arrolladora popularización de la lírica cancioneril y con la vuelta de técnicas que por algunas décadas parecieron proscritas, ligadas a la performance y a la memoria —sobre todo, la rima—, que trajo aparejada.

A fines del año pasado, esa desfachatez y esa inquietud características llevaron a Adrián Dárgelos a incursionar en la poesía a capella, con la publicación de Oferta de sombras, llamativamente editado por la impecable editorial Sigilo. Se trata de un doble acontecimiento editorial: al innegable morbo que produce ver a una estrella de rock calzarse los pantalones cortos y salir a jugar a las canchas poceadas de la edición independiente, se suma el hecho curioso para el ecosistema editorial argentino de que un sello con un exquisito catálogo hasta la fecha dedicado de manera casi exclusiva a la narrativa haya decidido apostar por la poesía. En cualquier caso, la aparición de Oferta de sombras merece ser celebrada. No sólo por el arrojo de Dárgelos en la búsqueda de un nuevo avatar —en el fragor de la que, dicho sea de paso, parece haber extraviado el nombre de pila—, sino por la oportunidad inédita que ofrece para volver a pensar qué es eso que llamamos “poesía”, así como las múltiples maneras en que circula y es recibida. Además, llama la atención sobre la creciente dificultad para trazar los límites entre sus manifestaciones escritas, orales y multimediales; y, sobre todo, invita a restarles importancia a esas demarcaciones, e incluso a cuestionar de plano su necesidad.

Sin embargo, si algo se le puede reprochar a este debut de Dárgelos es el decoro literario. Es cierto que el letrista le lleva treinta años de experiencia al poeta, si nos atenemos al sentido tradicional del término; y que tal vez no sea justo pretender que un primer libro esté a la altura de las expectativas que suscitaría el disco solista del frontman de una banda de rock casi mítica. Pero como también le sucedió al Spinetta de Guitarra negra, Dárgelos no consigue prestarles la versatilidad de su oído a estos poemas con la misma soltura con que pone su biblioteca al servicio de las letras de sus canciones. Y no es sólo una cuestión de prosodia: aunque es verdad que el corte de los versos en Oferta de sombras rara vez se rebela contra el naturalismo de la sintaxis, los poemas del libro aún persiguen las formas y los tonos que, en la poesía sin música, se suelen llamar “voz”. El propio Dárgelos, por su parte, no parece tomárselo tan en serio, desde la evanescencia que sugiere el título del libro hasta lo que declara en “Poemático”, una de las piezas más logradas del conjunto: “Soy un gran compositor de poemas que nunca ven la luz, / que imagino durante horas en lugares insólitos / en los que no puedo escribir. / Soy un compositor de poemas declamados / en silencio antes de cerrar los ojos, / que me juro recordar al día siguiente. / Soy un compositor de poemas vomitados / durante cualquier actividad física. / Soy un compositor de poemas / que se proyectan mientras me hablan. / Soy un compositor de poemas que riman / con vernáculo, suspiro, sarcasmo, / que lucran altura en la conciencia / mientras espero mi turno. / Soy un compositor de poemas que lo han dado todo / como burbujas de jacuzzi, épicos bajo la ducha. / Soy un compositor de poemas que le sacan / el olor a la palabra mierda. / Soy un compositor de poemas que sobre todo / olvido”.

Montado sobre el trance de la anáfora, del que de tanto en tanto obliga a despertar el uso austero pero efectivo del encabalgamiento, y propulsado por un léxico típicamente dargelino —preciso, juguetón y por momentos sagazmente abrupto—,  “Poemático” demuestra que el Dárgelos “poeta” y el “letrista” Adrián Dárgelos podrían ser el mismo. Es cuestión de sumar algunas horas más de ensayos; y, sobre todo, de aprovechar esa infrecuente capacidad para seguir reinventándose que distingue a tantos de nuestros artistas favoritos.

 

Dárgelos, Oferta de sombras, Sigilo, 2019, 64 págs.

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