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Para hechizar a un Cazador

Luciano Lamberti

LITERATURA ARGENTINA

En Por quién doblan las campanas, emblemática novela de Ernest Hemingway que aborda la Guerra Civil española, o mejor, la resistencia republicana ante el avance de las tropas de Franco (ya no había guerra), hay un capítulo memorable en el que un personaje central (Pilar, que es como funciona en la novela) relata la brutalidad de los republicanos al liberar una aldea y al ejecutar sin compasión a los fascistas apresados. Ahí Hemingway narra con una crudeza rayana en el terror cómo los buenos, llamémoslos así, masacran a los malos actuando como ellos, sin escrúpulos. En Para hechizar a un Cazador, la nueva y ambiciosa novela de Luciano Lamberti, que se mete, aunque de una manera diferente —más marco que fondo—, con la última dictadura militar argentina, hay una operación similar: los malos no son los militares —al menos no puntualmente; es decir, no están en el centro—, sino los padres de un chico que fue apropiado y desaparecido en la década del setenta. Hemingway lo sabía, Lamberti también lo sabe: cualquiera puede hacer el mal. En esa contradicción está el motor narrativo de esta ficción.

La novela cuenta la historia de Julia, una mujer de treinta y ocho años que un buen (mal) día es abordada en plena calle de Buenos Aires por Griselda —grandísimo personaje—, una señora mayor a quien no conoce y que dice ser su abuela. Julia, que siempre tuvo sospechas sobre su origen, se da cuenta de que la mujer no miente, que ella efectivamente es hija de desaparecidos, y comienza a replantearse toda su vida. Dentro de ese replanteo considera la invitación de Griselda al pueblo de San Ignacio, en Córdoba, lugar en el que vivió con Braulio, su abuelo, y donde nació Luis Lara, su padre. Julia viaja entonces al pueblo natal de su padre y abuelos y, desde entonces, todo se vuelve extraño. En otras palabras: nada será lo que aparenta.

Tal como hizo con La maestra rural (2016) y La masacre de Kruguer (2019) —con las que tranquilamente podría armar una trilogía sobre la identidad: de un pueblo, de una persona—, Lamberti cruza realismo documental y fantasía en una estructura fragmentaria —que aporta mayormente frescura, a veces confusión— y coral; es decir, plagada de testimonios, voces que el lector debe unir para darle sentido a la historia. A eso se le suman sus característicos saltos temporales (la novela abarca varios años) y el constante cambio de punto de vista. Todo esto, dentro de las tres partes en que se divide la novela: la primera nos introduce a Julia, la segunda es sobre la familia Lara y la tercera vuelve a Julia y trata de su enfrentamiento con El Cazador. La segunda parte, en la que no aparece la protagonista —uno de los grandes aciertos del autor: escuchar lo que pide la historia—, es la más extensa y, por destreza narrativa (el capítulo titulado “Hotel La Perla” es memorable), la mejor. Ahí el foco está puesto en el terror real —el verdadero terror está en la casa—, no en el fantástico, que aparece al final. Aunque la novela se pregunte, justamente, qué es lo real. Se lo pregunta y se responde: otra ficción, como la familia.

Si bien Lamberti comparte universo con autores contemporáneos argentinos —por temática y ambición, su novela es prima hermana de Nuestra parte de noche (2019), de Mariana Enríquez—, y se nota la influencia de la literatura argentina (como en los capítulos con narrador ausente a la Puig), también se puede ver la influencia de la literatura norteamericana y su prosa limpia y bien iluminada, capaz de ser tan literaria como popular (las referencias van desde El Club del Clan hasta Calderón de la Barca). En ese sentido, Lamberti parece seguir las huellas de un maestro como Stephen King (Cementerio de animales también pertenece a la familia de la novela) y usa el realismo para preparar el terreno para el terror fantástico (en todo su espesor, recién en la tercera parte). Para King, una de las reglas cardinales de la buena narrativa es no contar nada que no se pueda mostrar. Lamberti, que cree en el poder de las imágenes y dispone escenas como si fuera John Carpenter —el cine estadounidense es otra influencia—, sigue esa regla a rajatabla.

Para hechizar a un Cazador habla sobre los duelos que no se pueden cerrar, sobre la imposibilidad de aceptar la muerte de un hijo —el terror de la paternidad— y la oscuridad que conlleva, sobre la desconfianza en la realidad (“Las verdaderas cosas están ocultas. Hay que cazarlas”, dirá Griselda), que atenta contra la imaginación, corrijo, el sueño. Y como se dice en el monólogo de Segismundo, que Luisito escucha con atención en el Hotel La Perla, la vida es “una ilusión, una sombra, una ficción; y el mayor bien es pequeño, que toda la vida es sueño, y los sueños, sueños son”.

 

Luciano Lamberti, Para hechizar a un Cazador, Alfaguara, 2024, 416 págs.

8 Ago, 2024
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