LITERATURA IBEROAMERICANA

La novela Troika es un libro organizado en dos partes: Este lado a los ojos es la cara A y Este lado al sol la cara B. Como si de un disco musical se tratara, cada surco encierra una superficie específica sobre la que es grabada una intensidad, un pliegue, una forma de asumir aquella voz que conducirá la narración. Ahí, arriesgamos, están las claves que enlazan, sin duda, fábula y forma, escritura y argumento. Si la primera es un despliegue con cisuras, parpadeos, sobresaltos, la segunda es un reverso esmerilado que atiende e hilvana, con una distancia cautelosa, aquello que antes se resquebrajó. La historia que se cuenta es, en primera instancia, el relato de una narradora en primera persona en vinculación a su perra Troika —que da nombre al libro—, con la que trama una intensa complicidad interespecie. Es el año 1995 en la Ciudad de México, y en las líneas que inauguran este libro ya se postulan los elementos constitutivos con los que la máquina de la ficción trabajará a lo largo de toda su extensión: “Esta historia pudo haber sucedido en cualquier año y en cualquier país, pues en todos lados hay perros, madres y fantasmas”. Ese primer tramo, escrito a la manera contemporánea —una ficción en primera persona—, se logra con materiales tales como la superstición y la diferencia de clase y género —entre Francisca, la empleada doméstica, y la madre de la protagonista, ambas casi de la misma edad—, el desarrollo de una infancia y la entrada a la adultez en el México de fin de siglo XX. Como en un juego de omisiones breves, fugitivas, pero que refulgen, el propio relato irá sembrando diversas incógnitas conforme avanza el tiempo y la relación entre la narradora y Francis, su empleada doméstica, se fortalece. Lo mismo ocurre entre ellas dos y Troika. La madre de la protagonista se concentra, por su lado, en la propia vida profesional. La incomprensible muerte de Troika se constituye, sin embargo, en una suerte de centro ciego de la novela, laguna cuya explicación llegará más adelante. Alrededor de esa intriga orbitan otros hechos de naturaleza inexplicable, tales como la huida de Francisca de la casa o una sucesión de acontecimientos de apariencia paranormal.

La segunda parte del libro, a diferencia de la primera, asume otras herramientas para el relato y la restitución de aquello que antes se presentó como enigma: ahora las historias se narran en su revés —como las costuras de algunos trajes cuando se los mira del otro lado, dados vuelta, y se atiende al detalle de su confección, sus hilvanes, sus pespuntes—, como quien examina la materia secreta de los acontecimientos pasados. El relato, entonces, nos ofrece un examen retrospectivo de la vida de Francisca: un hijo y un marido trágicamente desaparecidos en un accidente de auto; una vida sacrificada al trabajo; una serie de creencias sobrenaturales propias de la clase; una geografía otra, distinta a la inicial, más humilde, menos visible. Vicente, el hijo muerto, aparecido en sueños de Francisca como espectro que reclama una ayuda para entrar en el reino de los muertos, en la frontera, es el que ha desencadenado el asesinato de Troika a manos de su madre. Todo esto está narrado con una distancia que requiere la tercera persona, el cuidado atento a los detalles. Descubrimos, entonces, que aquel acontecimiento ligado a Troika, la perra asesinada, no es otra cosa que el punto de cisura no solo entre dos caras de una misma historia —lados A y B—, sino entre dos maneras de trabajar el relato, su forma, dos aproximaciones a asuntos de lo más contemporáneos: la clase social, el género, el duelo, la tensión —hoy, tan presente— entre racionalidad e irracionalidad, la representación de la alteridad —de clase, de especie— y, en última instancia, el lugar de la literatura —siempre opaco— frente al enigma de la existencia.

 

Isabel Zapata, Troika, Rosa Iceberg, 2024, 208 págs.

8 Ago, 2024
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