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La poesía depara —tal como lo sugiere la escritora danesa Inger Christensen— un devenir de la palabra a partir de su imposibilidad. Silvana Franzetti, quien la ha traducido, ubica como epígrafe de su libro Saltos de agua los siguientes versos de la poeta: “Mi oído responde con su tintineo sordo / mi ojo con su mirada hacia adentro / mi corazón sabe que no soy nadie / y aun así responde con una ínfima puntada conocida”.
En ese desacople desahuciado entre el cuerpo, sus sentidos y el vivenciar del mundo, se construye una lectura sutil acerca de lo que nos habita y del mundo en el que habitamos. Porque Franzetti no elude la política, dispara observaciones desnudas acerca de su crueldad, que conviven con la experiencia de sorpresa y bienestar frente a lo bello de la experiencia vital. Es a pesar de eso, o por eso mismo, que el momento vivido puede ser maravilloso. Es el instante de lo verdadero. Una suerte de resguardo de un tesoro, “tintineo sordo” del decir humano.
No es casual que los poemas de Salto de agua hayan sido escritos en dos períodos que dialogan entre sí. La autora especifica que intercala textos en prosa poética a los poemas que permanecían a la espera, escritos en una década anterior. Tampoco es casual que el texto circule como el agua con saltos: “Una especie de fluidez / que sea un elogio a la continuidad, / al don de andar con audacia / y que a la vez lleve consigo la migración / de los saltos que intensifican el ritmo”.
El sabor del té, el sonido al verter el agua, la palabra del poema, un bombardeo, una mudanza, el piso de madera en Berlín, la dirección de una casa, una partitura, son observaciones reveladoras de lo inasible del recuerdo y de una búsqueda de continuidad a través de la escritura. No hay que entender, sino admitir que eso transcurre. Ningún objeto de lo cotidiano es banal para un espíritu contemplativo. Oriente y occidente, la calidad del movimiento del momento y el acontecer disruptivo que irrumpe y no puede otra cosa que generar repetición: “La mujer que se levantó / de los escombros / buscó durante el resto de su vida, / en diferentes partes del mundo, una casa”.
Es interesante recordar que Franzetti, en un libro anterior titulado Notas al pie, ubica sus poemas en interlocución con LU 20 Radio Chubut, mensajero rural. “Por la radio transmiten los mensajes cuatro veces al día”, y a pie de página leemos lo que la radio hace llegar a sus habitantes: “Para César Tolosa, en establecimiento El Tero, Fiore le comunica que vaya hasta Loma Blanca, porque necesita hablarle”. Su poesía es una suerte de experimentación y viaje con un fuera de campo. Sea el desierto o un recorrido urbano, algo llega a través de los sentidos y se instala para convivir en el poema. La última parte de Saltos de agua lleva como título “Universo tímbrico”, llamado a vivir los sonidos del arrasamiento urbano —aullidos, voces, colectivos— y también la ambigüedad de partituras que pueden ser interpretadas y ladrillos que puedan ser pantalla para sombras que se proyecten. La llegada a la casa y su búsqueda es otro de los hilos que entrecruza el libro. Una parte se titula “Qué lejos se ve la casa desde acá”. Y los materiales para embalar, Berlín y la ausencia de electrodomésticos, la niebla y el dedo que no alcanza a señalar adonde dirigirse, son parte del recorrido por esa orilla: “Esa marca de silencio / tomaría la palabra / si no fuera por el solo de batería / que introduce el suspenso / por los postes que faltan / para llegar a casa / caminar como quien camina / por la orilla del mar”. Es el andar aquello que se privilegia, no sabremos si hay un lugar de arribo.
Silvana Franzetti, Saltos de agua, Salta el Pez, 2024, 78 págs.
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