Otra Parte es un buscador de sorpresas de la cultura
más fiable que Google, Instagram, Youtube, Twitter o Spotify.
Lleva veinte años haciendo crítica, no quiere venderte nada y es gratis.
Apoyanos.
La alabanza, el lamento, la elegía (y aun la diatriba) son formas que los poetas adoptan para romper con el soliloquio autocentrado y de paso apuntar algo sobre sí mismos. Descartemos enseguida que sea una artimaña. Cuando el poema perdura y sigue conmocionando, como en las odas de Keats, como en García Lorca, es porque la inteligencia compositiva actuó sobre un sentimiento difícil de probar pero incontenible e indudable; también porque montado en ese impulso el poeta se expuso, o al menos se mostró viendo lo que el poema elogia o llora, sea un ruiseñor, un torero o un puente, sin disimular que estaba absorbiendo energía de la fuerza ajena. Si el poeta asume esta duplicidad, el poema se templa. Una peregrina prueba de esto es Titanes, un libro pródigo, efusivo pero templado hasta en su orden. Consta de trescientos tres poemas muy breves sobre figuras o personajes de surtidas ramas de la cultura, digámoslo así, dispuestos alfabéticamente por apellido, cada uno con su título y una línea aclaratoria. Después del índice general hay otro de los poemas por autores, y antes hay un croquis que indica de quiénes son las setenta y tres caras que reúne el montaje de la tapa. La tapa en sí es una suerte de manifiesto y un manifiesto homenaje, más risueño que paródico, a la inmortal tapa de Sargent Pepper’s. No figuran en esa multitud los Beatles; no está Schopenhauer (y no se está enterrando a nadie). Están Troilo, Celan, Bob Dylan, Lispector, Passolini, Libertad Leblanc, el Llanero Solitario, Rosa Luxemburgo, Karadagián ―y Borges, claro― y los autores de Titanes. En el libro, el primero es Abuelo, Miguel, el tercero Alighieri, Dante, la antepenúltima, Yourcenar, Marguerite, y el último, Zitarrosa, Alfredo, y entre los trescientos tres no falta Lennon. Algunos, como Fellini o Cortázar, tienen dos poemas. Los titanes fueron seres de la mitología griega que habían desplazado a los primeros dioses; más tarde fueron personalidades de fuerza descollante, como en el titanismo renacentista; y hasta hace unas décadas, titán era un nombre admirativo bastante usado en cafés, cocinas y, por supuesto, en la sublime versión rioplatense del catch, Titanes en el ring; los periodistas todavía usan el giro “un titánico esfuerzo”. En el libro es el surtidor de un tono de conversación campechana, hogareña y de intimidad ilustrada. Algunos poemas son escenas: “Me detienen, me toman por / un ruso y me llevan a un descampado. Piden que lea / en voz alta y sin errores. El que me esposó parece / conmovido. El lugar es un basural. / Me preguntan si soy un parásito. Digo / que sí, entonces se alejan entre el humo negro de la basura” (Brodsky, Joseph). Otros son estelas, epigramas, notas de la añoranza y la iluminación, reconocimientos, cavilaciones o recapitulaciones. Responsos. “¿No te amé lo suficiente? ¿No estuviste en mi sien / como un embalse, una dínamo, la parte izquierda del Bosco? / ¿Te dijeron que era yo el que hervía, / el que dejó unas rosas arriba del piano cuando te visitó Perón?” (Bidart, Beba). Todos son estampas, en realidad, de una indefinición formal idéntica a lo que recuentan todos juntos: el tutti-frutti que es la educación estético-sentimental de generaciones de argentinos de clase media, sobre todo la de izquierda cultivada, desde que nació la televisión hasta la web de hoy. Titanes, libro de poemas y álbum de historia cultural de la Argentina de los últimos sesenta años, da por vencido (por ya estrecho) el concepto de hibridación. Todas las figuras están en el mismo plano pero cada una clara y distinta. Se supone que muchos lectores pensarán a qué homenajeado sacarían y a quién echan de menos. Están invitados a hacer su antología, si les da el cuero, pero lo que importa es otra cosa. Alberto Muñoz (1951) y Eduardo Mileo (1953) componen música, tocan y cantan con otra gente. Tanto ellos como Javier Cófreces (1957) han publicado libros escritos a dos manos. Los tres están tan acostumbrados al desprendimiento como a la amplitud de registro que da la colaboración. Puede tomarse Titanes como un gran repertorio de canciones; el concierto de una banda sobre la vida espiritual de una época que no ha terminado. Coreen, lectores.
Javier Cófreces, Eduardo Mileo y Alberto Muñoz, Titanes, Ediciones en Danza, 2014, 340 págs.
Tanto la literatura del siglo XIX argentino como la que gira en torno a este parecen inagotables. Hay, además, una fórmula popular que dice que “para escapar...
Tres amigos se internan en las islas que el Paraná forma en la zona de Rosario, a pescar: Darío, el Tarta y Marín, un jovencito al que...
En contra de la poca esperanza que provoca hoy en día la idea de leer algo nuevo dentro de la llamada “literatura de denuncia”, Faltas. Cartas a...
Send this to friend