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A los veintisiete años, en una cena con amigos, Manuel Crespo tragó un pedazo de vidrio oculto en una cucharada de guiso de lentejas que le perforó el esófago, merodeó su corazón y se le fijó en el estómago, de donde un cirujano virtuoso lo extrajo después de una cirugía que duró siete horas. Estuvo en coma farmacológico un mes, intubado y con respiración mecánica otro tanto y salió de la clínica con el brazo izquierdo (el útil) paralizado, antes de iniciar la rehabilitación. Quince años después, Un vidrio cuenta ese accidente.
La anécdota en sí, aparte de estremecedora, es de una singularidad inusitada, cuya intimidad con la muerte y el azar es apenas uno de los primeros asombros que provoca. No basta haber vivido una experiencia límite o digamos extraordinaria para escribir un buen libro, algo que una gran parte de los escritores del yo y la autoficción parecen haber olvidado, o al menos confundir, en su triste reinado comercial. Crespo tomó su anécdota, la reelaboró en clave de ficción con mano maestra y la convirtió en una novela verdaderamente singular, de una belleza conmovedora.
Que el protagonista y narrador se llame Pedro y no Manuel ya nos da una primera pista para entender que esto es una novela y no un simple testimonio, a pesar del agarre magnético que tiene la voz en primera persona. De hecho, si no fuera por el texto de presentación que publica Ninguna Orilla en su web —la preciosa edición artesanal carece de paratextos—, no tendríamos cómo enterarnos de que lo que se narra tiene una base autobiográfica: Crespo, en una de las muchas decisiones inteligentes que toma en este libro, decide dejar afuera esa información. ¿Por qué lo hace? Quizás para abrir esa zona de sombras por la que transitaremos, misteriosa, inquietante, llena de símbolos y sentidos, y narrar no lo verdadero sino esa verdad distinta que es prerrogativa de la ficción.
La novela empieza en la clínica cuando Pedro despierta del coma y se entera de lo que le pasó. En siete capítulos que van adelante y atrás en el tiempo, o más bien en un recorrido espiralado hasta llegar a la noche fatídica, el narrador nos cuenta quién era el muchacho que tragó el vidrio y quién es ese otro que empezará a ser —y del que la novela sólo nos dará atisbos— mientras tiene que atravesar una recuperación larga y dolorosa. Quién era: un muchacho “robusto”, que aún no ha hecho cuentas con la madre que en la niñez decidió irse a vivir a otra ciudad con otra pareja, bastante extraviado entre una ruptura amorosa, noches alcohólicas en bares de mala muerte y sobre todo con un hambre insaciable y compulsivo. Del muchacho que renace en la clínica sabremos menos, sólo que ahora es extremadamente flaco —primera señal de la transfiguración— y que no sólo se salvó del vidrio sino que el vidrio lo salvó de sí mismo. En ese proceso hubo varias personas que lo ayudaron, todos personajes hermosos, entrañables. Promediando la novela, uno inevitablemente se pregunta: ¿qué habría sido de esta persona si no hubiera tenido la mala o buena suerte de tragarse el vidrio? Es una pregunta que conmueve, sin respuesta, y que le otorga a la moneda del azar una contracara de destino.
Si la novela se disfruta tanto a pesar de su asunto terrible es porque Crespo hace un despliegue de oficio tan prodigioso como discreto: la inteligencia en la disposición de los materiales narrativos; la precisión estilística (es notable la riqueza en el uso de los verbos); el dominio del tempo y el detalle; la participación, algunas veces fugaz, de personajes inolvidables, como el infectólogo, el linyera o el payaso aterrador que protagoniza el tercer capítulo (un personaje que Crespo toma prestado del genial telefilme En presencia de un payaso de Bergman); sobre todo, el ajustadísimo tono íntimo pero desafectado que nos deja desnudos ante los acontecimientos.
Manuel Crespo nació en Buenos Aires en 1982. Antes de Un vidrio, publicó la novela Los hijos únicos en 2010 y en 2019 el libro de cuentos Fosfato. Hace unos días se comunicó la noticia de que su novela inédita En el cielo un hombre ganó la tercera edición del Premio Hebe Uhart, que será publicada por Ediciones Bonaerenses. La esperamos con ganas.
Manuel Crespo, Un vidrio, Ninguna Orilla, 2025, 128 págs.
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