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Estructurado en dos partes (“Casa de familia” y “Afuera de la casa”) y compuesto por veintiséis poemas, este nuevo libro de Vanina Colagiovanni nos invita a una recorrida en la que la experiencia de la voz va transmutándose hasta salir de sí misma y volverse algo tan externo y contemplable como un brillo entre las ramas.
Apoyándose en las imágenes, el yo irá tanteando el mundo y extraerá de cada una de ellas, ya fuera en su individualidad o en su montaje, lo necesario para hacer de la existencia algo propio, como en “Ruptura”, donde la voz reflexiona y se espeja diciéndose: “vas a pensar en una crisálida / en un tiempo, cuando todo esto haya terminado / en esa imagen / de belleza orgánica / en ese color tornasolado / indefinido / definitivamente / luminoso”.
Así, la imagen se incorporará al cuerpo para expresarlo y a la vez formarlo, para “hacer algo con eso que viene / quién sabe de dónde / y que / justo ahora / aparece”. El aprendizaje, entonces, no acontecerá como asimilación de un discurso, sino como recepción y continuación del movimiento contenido en la imagen presenciada y reproducida: “Entre manos de mujeres que bordan / mi vestido acostada, / me quedo inmóvil, para ser la tela / cosida, algodón suave con hilo plateado. / Ellas decoran con figuras, son brillantes / y los hilos recorren mi piel. / Soy el centro de esa ronda / me dejo crear / por manos tibias que dibujan palabras / en mi superficie”.
De este modo, el viejo refrán “mirando se aprende” es atendido en una clave imaginaria, donde lo real es catalizado y concentrado a la par que se lo integra en la sensorialidad, la sensitividad y la sensualidad. Tal es el caso de la trascendencia del padre, quien perdura cuando se lo invoca a través de su meticulosidad, su precisión y la frialdad de cirujano con la que se tramarán las imágenes de esa invocación: “piensa que en ese mismo tiempo / en el que cortó y cosió tejidos ajenos / su vida / se le fue escurriendo de las manos / como el líquido rojo que lava / que limpia / para no ver”.
A la vez, ese mismo progenitor será transfigurado, o al menos será asumido como transformable, cuando se enuncia que “un padre también puede ser / una ciénaga” y se orienta el deseo hacia una exterioridad en la que el origen, como en las tesis de Johann Bachofen, reside en ese pantano de naturaleza femenina donde encontramos “el más profundo nivel de generación natural” (“Labios”).
De esta manera, en la segunda parte del libro las imágenes que pululan fuera incitarán al yo a salir de sí, y la necesidad de vivenciarse y vivenciar se tornará acción continua, como en el poema “Deriva”, donde la voz se/nos pregunta: “¿Conocerse puede ser / tirarse una cuerda a uno mismo y agarrarla / para impulsarse fuera de sí / y a la vez expandirse / con los tentáculos de la percepción / abiertos / casi en calma?”.
Así las cosas, tras el avance y el pasaje de las imágenes, la exterioridad será de grado tal que operará la dilución y el yo, culminado su aprendizaje, parecerá convertirse en “un filamento imperceptible que baja o en un hilo de baba que cae”, pero entregado a una vida contemplativa “en medio de una exuberancia inusitada”.
Vanina Colagiovanni, Una no elige cuándo caerse, Caleta Olivia, 2020, 60 págs.
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