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Vida en la tierra puede leerse como un libro de poemas pero también es un libro de investigación. No en vano Judith Filc cita al final las fuentes de su trabajo, que reúnen discursos que en principio acaso parezcan ajenos a la voz poética, pero que —según se irá revelando a medida que se avanza en la lectura— no sólo no son extraños sino que constituyen la materia misma de una mirada. Estos discursos, que provienen de la sociología, la filosofía, la literatura y el documentalismo, abordan desde distintos enfoques la vida en los márgenes de la institucionalidad, la vida de los homeless, de los chicos de la calle, de los pibes chorros, de los chicos de la guerra, de los ingresados en centros de detención, de los hospitalizados, de los institucionalizados.
Esa mirada particular es la que ya venía ahondando Filc en libros anteriores: en algunos poemas de El otro lado (1998), en Resquicios (2010). Ahora en Vida en la tierra, Filc hace un recuento de los restos, de los resquicios de todo lo que queda al margen del poder, objetos y seres que se degradan, se desechan y que, en sus textos, se ven convertidos en valor, rescatados por el poder de la imagen. “Nos acostamos con la/ panza apretada/ contra el/ cemento las/ manos en la/ cabeza// No abrimos los/ ojos para no/ ver lo que/ no está”.
Las escenas podrían transcurrir en el espacio urbano o en el fin del mundo. Muchos de los escenarios son reconocibles, pero aparecen investidos de un halo de irrealidad: malabaristas que son como luces, limpiaparabrisas que se esfuman en el óxido, el campo con un cielo que se escapa. Habitan casas de cartones de una estación, refugios a la orilla de las vías, huecos de sombras en paredes descascaradas; duermen debajo de una frazada en un vagón abandonado, en el colchón hundido de un hospital, sobre una cama de diarios. La noche guarda estos cuerpos acurrucados. Cada uno arde en su propia hoguera privada. Por un lado vemos, entonces, el mundo a la intemperie, al aire libre, a la deriva; por el otro, el espacio de encierro, el hospital, la cárcel. En suma, dos versiones de la fragilidad.
La mirada de Filc se ubica siempre ahí: en la periferia. Arma la imagen, la escena y se sitúa en el margen, en el borde externo de cualquier centro. Pero, además, advierte hasta los más sutiles movimientos, camina suavemente, como “sobre patas de pájaro”. Tiene el poder de observar lo que muchas veces es pasado por alto. Aunque lo que hace ver no es sólo desposesión; también enfoca, gozosamente, el juego infantil del pirata con bandera de huesos cruzados, el superhéroe con la pistola de juguete o con los dedos en ángulo a manera de pistola, la complicidad de las criaturas fantásticas bajo el agua o las carreras de centauros, con su repique de cascos ruidosos que se oyen como “un estruendo de pezuñas”. Pero estos son también poemas que cuentan y, en los dos planos, avanzan con versos cortos que martillan el decir. Versos brevísimos, en ocasiones de tres letras, y amplio espacio en blanco; versos que resaltan por el silencio que los rodea: “La luz del/ sol/ atraviesa el/ vidrio y/ resuena contra el/ metal// estalla en// trizas que/ abrazan la/ arena”.
Lo que hay aquí es una experiencia de repliegue para extraer palabras como si se destilara una fragancia pesada de la que sólo nos llega una estela. Es un trabajo de concentración, de selección y de calibración de cada verso, que la voz realiza “ovillada en lo más hondo, capa tras capa”.
También hay un impecable trabajo de edición de esa otra “voz” que se pone en juego. Filc trabaja de modo intenso con el fuera de campo del poema, con las voces que se cuelan e intervienen: partes médicos, notas periodísticas, informes técnicos. Un discurso de otro orden que interviene y regula, delimitando, invadiendo y también potenciando el propio decir.
Y por fin hay una recurrencia: “todos los que se van vuelven”; el movimiento es oscilante. El tiempo transcurre como un goteo y, cuando se vuelve a mirar, los que estaban ahí dejaron de estar, se han fundido con el lugar como la más pequeña existencia, como un mínimo insecto devorado por otro.
Judith Filc, Vida en la tierra, Barnacle, 2015, 98 págs.
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