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Cuarenta años después de su publicación original, en la que tuvo mucho que ver Mario Vargas Llosa, generoso y entusiasta, Tusquets rescata en Perú este libro de relatos, con una tirada de 700 ejemplares, que acompaña las recientes ediciones de otras dos obras del autor: Hasta perder el aliento y Mis vicios impunes (Cuadernos de letraherido I y II, respectivamente).
Periodista, traductor, editor, animador cultural y presentador radiofónico de programas de jazz, Niño de Guzmán es una figura literaria no muy conocida lejos de su país. Sin embargo, su libro de relatos Caballos de medianoche supuso “una pequeña conmoción” en los ambientes literarios limeños, por su indudable seguimiento de la estela y las enseñanzas de Hemingway, pero también por la descripción de los ambientes nocturnos de una ciudad sin nombre que podría ser esa Lima que quiere ser París sin renunciar al mar, una ciudad turbia donde libran sus batallas cotidianas personajes solitarios, fumadores, noctámbulos, perdidos como el título de ese gran tema de Juan Tizol y Duke Ellington que da nombre a uno de los cuentos.
Hay mucho de Hemingway en los relatos de Niño de Guzmán, pero también de Cortázar, porque hay jazz, hay humo, hay melancolía y amor y promesas perdidas y amaneceres amargos. Se advierte alguna silueta de Anna Karina, nouvelle vague, fotogramas en blanco y negro. Vidas al límite, encuentros efímeros que valen por una vida entera. Azares que iluminan una rutina desesperada. Cantantes y pianistas que tocan la banda sonora del fracaso. Leyendo estos relatos breves, exactos y meticulosos, es obligatorio recordar aquella declaración que dejó escrita Ernesto Sábato en El túnel: “la vida es lo que no es posible en compañía de mujeres fieles y amigos sensatos”.
“Caballos de medianoche”, “En la vida hay amores que nunca” y “Perdido” quizás sean los cuentos más logrados, dentro de un estándar elevado que permite leer el libro como una sucesión de estampas dotadas de una cierta lógica interna y coherencia narrativa. La noche como escenario, los bares y las madrugadas como parte del elenco, la orilla del mar a menudo en los desenlaces. Suenan Duke Ellington, Billie Holiday, Ella Fitzgerald, Charlie Parker. Entre relato y relato —hay nueve en total—, unas viñetas de una página que tratan otros temas, alejados del corpus principal. Una de estas viñetas menciona a un Generalísimo y tres fusilamientos. Si el autor se refiere al destino de los tres miembros del FRAP fusilados en España al alba en los últimos meses agónicos del franquismo, el relato de esa noche sigue pendiente de escribir: todos los policías y guardias civiles se presentaron voluntarios para las ejecuciones, y fueron jaleados en su homicida cumplimiento del deber por compañeros borrachos que llegaron en autobuses a la escena del crimen oficial.
La nueva edición regala a los desprevenidos lectores unas cuantas páginas nuevas, todas de gran interés. Para empezar, una revisión de “El olor de la noche”, uno de los relatos, para su publicación en la revista literaria española EÑE, en la primavera del año 2011. Señala el autor, siguiendo a Cortázar, que, en la literatura, como en el jazz, una revisión es como una nueva toma, que tiene personalidad propia. El resultado se titula “Cinco balas de plata”, precioso juego de palabras con la mixología de fondo y los dry martinis (silver bullets) en primer plano. También incluye esta edición el prólogo original de Vargas Llosa, y las reseñas publicadas en su momento por su amigo Alonso Cueto, y por Peter Elmore y José Miguel Oviedo, así como una carta personal de Julio Ramón Ribeyro al autor. En la contraportada, Bryce Echenique, completando el panteón de escritores peruanos de mediados de los ochenta. Un excelente botín para los amantes de la buena literatura.
Decía Hemingway, maestro de Niño de Guzmán —que se graduó con una tesis sobre el escritor estadounidense— que “lo más difícil del mundo es escribir prosa directa y honesta que trate sobre seres humanos. Primero has de conocer la temática; luego has de saber escribir. Hace falta una vida entera para aprender ambas cosas”. En 1984, con sólo veintinueve años, Guillermo Niño de Guzmán asumió el riesgo y entregó estos relatos amargos y dolorosos, en los que cualquiera que haya vivido puede verse reflejado. La noche es tan universal como el amor, como la tristeza, como la mentira.
Guillermo Niño de Guzmán, Caballos de medianoche, prólogo de Mario Vargas Llosa, Tusquets, 2024, 154 págs.
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