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Al entrar en la sala, nos recibe una placa con un dato histórico sobre el espacio: antes de ser un centro cultural municipal, fue el sitio donde Hipólito Yrigoyen estuvo detenido tras el golpe de 1930. Al lado está el texto de sala de Entre las penumbras, que empieza con una pregunta: “¿Qué figuras bestiales habitan las planicies liminales y los bosques del olvido, en lo más profundo de la mente?”. El concepto de planicie liminal reverbera en el ambiente. El montaje general es tradicional, museografía pura. Cuadros en las paredes que forman pequeñas islas, galerías casi como gabinetes de curiosidades. Algunos cuadros, los más grandes, están aislados. Una sola pieza escultórica aparece en un pedestal pequeño. Una tabla apoyada contra la pared rompe el ritmo de la bidimensión sin volumen. El clima que se genera entre los paisajes oníricos de las obras es el de una quietud espeluznante. ¿Está vivo? ¿Está muerto? “A pesar del espanto inicial, mediante su presencia, los monstruos logran delatar diversas incógnitas y develar respuestas ocultas a problemáticas subyacentes”, continúa. La sala se hace densa en el espacio entre las obras. Espanto, terror.
Elegir el terror hoy es revertir el estado de las cosas. Elegir, con intención, estar al borde de la silla y sentir que el corazón se sale del pecho, que la mandíbula puede explotar de tensión, que algo acecha en la oscuridad listo para descuartizarte, incluso cuando todo ello se limite al plano de la ficción, es construir un mundo en el que sentir miedo puede ser solamente eso. Una elección. Y una elección de hecho disfrutable, esa sutil actitud de asombro que aparece al “escuchar el aleteo de alas negras o los arañazos de formas y entidades extrañas en el confín más remoto del universo conocido”, como escribe Lovecraft. Porque el miedo a lo desconocido, a lo que solamente es posible en la fantasía, es poderoso. Pero también estamos rodeadxs de un miedo familiar, un miedo histórico, ancestral. Miedo a lo conocido, a lo que ya sucedió ¿Los noventa? Los setenta incluso. Y así hasta los treinta. Los Espantos, otra vez. Al oscurantismo y al ocultismo pseudocientífico se enfrenta un romanticismo inmaduro que lucha por hacerse un lugar para lo fantástico dentro de un brutal realismo estético y ético.
Sean del género que sean, evoquen la emoción que evoquen, los pequeños destellos de fantasía son necesarios. Eso es lo que aparece en Entre las penumbras, muestra inaugurada el 16 de agosto en el Centro Cultural Islas Malvinas en La Plata, curada por Sofía Albanese y con obras de Ivana Turica, Celeste Ledezma, Leila Valverdú, Rocío Velázquez y Sabrina Espinosa. La muestra forma parte de la Residencia en Prácticas Curatoriales del Museo Provincial de Bellas Artes Emilio Petorutti.
Artistas del conurbano que elaboran, en palabras de la curadora, un “gótico onírico”: las pinturas repletas de dientes de Turica en una superposición surrealista de planos; la oscuridad brillante, casi como un líquido de ebonita, que aparece en las obras de Ledezma como figura central que se contorsiona, algo parecido a un petróleo con vida propia; las ilustraciones de González que son a la vez disecciones de monstruos, pequeñas lecciones de anatomía; las evocaciones a Goya en los seres sin rostro de Velázquez que parecen fagocitar algo; el espíritu victoriano en los contrastantes rojos y negros de flores y corazones que pinta Espinosa. Pero no basta tematizar. Lovecraft otra vez: “La atmósfera es el elemento más importante porque el criterio final de autenticidad no es el montaje de una argumentación, sino la creación de una sensación determinada”. Monstruosidad contenida, familiaridad doméstica con lo oculto, insuficiencia de la fantasía ante el reinado de lo real, y su persistencia a pesar de ello. Esa es la atmósfera.
Entre las penumbras, curaduría de Sofía Albanese, Centro Cultural Islas Malvinas, La Plata, 16 de agosto – 14 de septiembre de 2024.
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