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La aparición de un nuevo libro de Germán Carrasco corresponde menos al régimen de la novedad que al de la rumia. Mujeres que riegan su jardín, una internación en la cordillera, remar de a dos, el aseo del cuerpo como una disciplina del espíritu, la preparación de una pareja para los cambios hormonales que se avecinan con la vejez, la voz baja, el susurro, el pasar piola como “un insecto sobre las teclas de laptops y pianos” son algunas figuras, temas, tópicos personales que Carrasco revisita en poemas y ensayos —o sería más justo decir que nunca dejó de habitarlos, masticarlos, rumiarlos en varias versiones de un mismo silabeo—. La mímesis con el entorno que practica el puma quiere ser el símbolo de Cripsis, su animal de poder, su nahual; un felino cuyo pelaje, opuesto al de los tigres borgeanos, carece de inscripciones: “El puma no tiene ningún tipo de poema en su piel. / Su piel es gris, llana y silenciosa como las rocas / en las que hace cripsis”.
El poema que abjura de su sonoridad, sin embargo, no se parece mucho a un poema de Germán Carrasco; ahí resuena la tensión de Cripsis: entre el deseo de ser “silencio de montaña” y el irreductible decibel de una música, que a veces suena a Bill Evans (“El flujo fresco del río en los acordes, / paisaje marciano, suelo de piedra pómez. / Lluvia, frío, whisky. Un huaso de montaña”), otras a los bajos de un reguetón pirateado de la fonética inglesa (“Womb Tomb / Womb Tomb / Womb Tomb / Un tambor de barco / para cruzar / del punto A / al punto B”) y otras a puro punk sudaka (“Voy a jardinear como un psicópata / en plena canícula, con bloqueador”; “una rosa es una rosa es una ro / tura en el mecanismo de su codo”).
Lo que el camuflaje es en la naturaleza, táctica de supervivencia instintiva, en el poema de Carrasco se vuelve intención de adquirir, por fin, una segunda naturaleza, aunque la nota alta en algún momento se interponga al tecleo silente del escriba o a la melodía susurrada del cantor. La velocidad que busca el poema de Carrasco es animal (el puma, la wiña, el insecto-palo; grillos, langostas, arañas tigre), pero su tesitura es social. “La cordillera pierde su contenido / y somos una forma entre las formas”, canta un poema antes de que la casi idílica comunión con el entorno se vea quebrada por la aparición del autoproclamado dueño del cerro, el fantaseo con la reconstrucción del paraíso súbitamente interrumpido por la voz de la propiedad, sus segmentaciones, la autoridad sobre el terreno: “Qué hei tenío que lidiar con gente / como ustedes. Soy el dueño […] Váyanse por ahí que ahí está la nieve dura”.
El poema bucólico y el poema urbano son vecinos, cuando no okupas respectivos: uno del hábitat del otro. Colindan o coexisten ambas venas poéticas en el poema de Carrasco, quizás por una cercanía geográfica de la ciudad tanto a los cerros como a los valles y el mar, o quizás simplemente por una cierta inclinación a la fuga. Infiltrarse en un hábitat extraño como el puma en la Alameda, cuando la capital se veía desértica en cuarentena, o como el poeta que más que poeta es vagabundo (“Los poetas hablan de hoteles. / Los vagabundos hablamos de hostales”) y el siglo trocó flaneurismo por una más popular supervivencia entre intersticios urbanos estamentados.
La mirada urbana también busca el susurro, si se quiere, busca la cripsis del sujeto en el transporte urbano para no despertar suspicacias entre trabajadores observados que bien pueden ser “reggaetoneros” como “las huestes de Lautaro”, y que no se le note que también quizás viene de otro hábitat. Pero la mirada es tirana, así como el punto de enunciación, por más rasante que se quiera, siempre supone una distancia o una jerarquía. Esto lo nota el propio poema cuando el poeta vagabundo fantasea con liderar un ejército proletario “sin controlar ni dominar”.
Entre el milico y el partisano, este cantante lírico coquetea o tensiona los matices existentes —estrías de un material sometido al ejercicio constante— entre el murmullo y la bajada de línea. ¿Cómo es posible la coherencia entre polos en apariencia opuestos? O la coherencia está sobrevalorada, o bien estamos poco dispuestos a reconocer el valor estético de la contradicción. O no: quizás la rumia de pensamientos dispares es la única o la mejor forma de rumiar el poema. Si la inteligencia se mide según la habilidad de sostener ideas opuestas en la mente al mismo tiempo, Carrasco sopesa la imagen poética según su capacidad de conjugar elementos disímiles, lo cual funciona muy bien para establecer un momento, un instante en el que la mirada quisiera detenerse durante un tiempo prolongado, pero la sucesión en el canto de Carrasco —quizás algo temeroso de posar la mirada demasiado tiempo sobre las cosas o sobre las personas— avanza no a partir de la conjunción “y” —que es para la construcción, captación o captura de una imagen estática—, sino a partir de la disyunción “o”. Una disyunción no de opuestos sino de acumulación, una disyunción inclusiva que busca nuevas posibilidades de nombrar, nuevas comparaciones o metáforas —paulatinamente con cada elemento asimilado la disyunción va desplazando el sentido del canto.
Lo que erróneamente podría leerse ahí como indecisión también es pasible de pensarse como un desinterés hacia el credo imagista que reza la observancia sobre una economía verbal entre sus primeros mandatos —pero qué economía verbal es esa sino una que en el fondo esconde regímenes de austeridad—; la disyunción inclusiva que acumula sin tachar lo anterior prolonga el flujo del sentido en el poema y funciona por acumulación y arrastre. Hay un derroche de las imágenes quizás, o más bien una resistencia a entregarle todo el poder a un solo verso o a una sola palabra —el sueño de guiar sin controlar ni dominar—.
La austeridad, por otro lado, está presente en el poema de Carrasco menos en la dieta verbal que en la disciplina del espíritu vía una estricta observancia del aseo —la economía en el origen es la administración de la casa, y la única casa de este vagabundo es su cuerpo—, y de la mano de ese cuidado toda bajada de línea se convierte en consejo.
Esto es sólo un ejercicio. Cripsis ejercita entonaciones, ritmos, posiciones y entornos en la consecuente rumia de opuestos supuestamente irreconciliables. Pero ya se ve que no: en el ejercicio del poema se puede tensar la cuerda que une la voz baja con la admonición —el camuflaje defensivo o el decálogo de la supervivencia—.
Germán Carrasco, Cripsis, Tadeys, 2023, 116 págs.
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