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Delante de un prado una vaca

Fabio Morábito

LITERATURA IBEROAMERICANA

Los poemas de Fabio Morábito tratan de objetos de toda jerarquía: alguien que cada noche enciende sólo una tenue luz de la casa, una vaca rumiando, el corredor de relevos que se encarga del opaco segundo tramo de su equipo, la flojera de los dientes, lagartijas, perros que ladran de noche, el bombero que sube la escalera hacia el infierno cuando todos bajan, desventuras y gloria de los albinos, una madre que no vuelve a conducir nunca más después de su eficiente primer día al volante. Y hay mucho insomnio, probable consecuencia de una idea fija: porque el ojo que revista la casi disparatada diversidad del mundo siempre vuelve de cada cosa a la intimidad del que mira, como si aportándole un modelo la hiciera menos abismal. Algo que la ciencia llama principio de mediocridad recuerda a todo observador que la mente individual no está en el centro del espacio ni del tiempo. Morábito se hace cargo: cualquier objeto del mundo puede ser su medida (y su ubicación), con lo que una vaca o un bombero abarcan todo el poema que los nombra en una metáfora extensa, o mejor en una fábula, con su especie de moraleja, como cuando el insomne se consuela notando que para el que está dormido la Tierra se vuelve plana: “Mejor oír ladrar los perros / que amanecer neolíticos. / Más vale no pegar el ojo / que claudicar del universo”. El personaje que discurre no es siempre el mismo, y los discursos a veces discrepan; pero en todos los poemas está el mismo vaivén entre la confusión de la vida y la ilusión de orden (como en el cultivo de un jardín), entre la resistencia y la rendición, entre el desánimo y la brega. De hecho, lo único estable es una conformidad con el anonimato, o más bien la anomia, y la constatación de que el comienzo, el fin y la auténtica morada de lo vivo no es el cielo sino el suelo. De modo que el verso de Morábito se afirma en la tierra y el recogimiento —casi una extravagancia cuando buena parte de la poesía vuelve al espacio público, sea online, en recitales con hip-hop, exhibida en tatuajes o escrita con una frescura rabiosa— mientras se deja llevar por una indagación desconcertada: es un verso dentado, de metro cambiante y cesuras caprichosas, de silencios y giros de charla campechana, y a la vez muy sintáctico y rico en nombres y calificativos. Uno nunca tarda en preguntarse de dónde surge la cautelosa naturalidad de la poesía de Morábito. Él, que nació en Alejandría y creció en Italia antes de llegar a México, ya había dejado un indicio en Alguien de lava: “Puesto que escribo en una lengua / que aprendí / tengo que despertar / cuando los otros duermen. /…/ Verso tras verso / busco la prosa de este idioma / que no es mío. / No busco su poesía, / sino bajar del piso alto / en que amanezco”. Cierto que un riesgo de tomar partes de lo real como medidas de uno mismo es que ante la cosa lúgubre la mente se ponga sórdida y juegue con el patetismo: “En el mar, sobre ciertas rocas macabras, / instalan faros para ahuyentar a los buques. / Amarga luz que dice: aquí no hay nada, aléjate. / Luz que no alumbra, / que sólo señala la nada en que se asienta, / como un vientre de mujer hinchado / pero sin feto”. Tal vez esto sea una parodia del patetismo. Pero miseria y sordidez son estados que atribuye a las cosas la voz de la mente, y Morábito ha adiestrado la suya en bajar de la altura a la realidad sin más: “Los fuegos débiles / queman las hojas secas, / algún arbusto, papel, cartón y plástico, / pero reculan ante un árbol. / Con él hay que trabarse en lucha, / sólida y sin fin. / La mayoría abandona el campo. / Serán objeto de la burla de los fuegos / que conocieron la madera / y así se conocieron. / … / No es indefensa la madera / si se rodea de combustiones rápidas; / con ella se conforma / la mayor parte de los fuegos / que, apenas huelen / la vida estructurada en círculos, / dan un rodeo, se esfuman”. Seguramente porque es narrador, Morábito ha reencontrado en la fábula algo raro y excelente que pocos poetas (Gabriel Zaid, Charles Simic) ofrecen: llamémoslo jovialidad. Simpatía.

 

Fabio Morábito, Delante de un prado una vaca, Ediciones Era, 2011, 112 págs.

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