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Existen voces que son únicas por el grado de autonomía que encarnan. Tal es el caso de Nivaria Tejera, un nombre que para muchos sonará a novedad. Y es cierto que la mayoría de sus textos resulta hoy inhallable, a pesar de la carrera internacional que la autora desarrolló a lo largo de más de seis décadas: cubana criada en el exilio antibatista en Canarias, tierra natal de su padre —que a su vez se vio encarcelado por el fascismo franquista durante la Guerra Civil—, se hace amiga de Breton y Peret en el París de los años cincuenta, pero sin ser estrictamente surrealista; publica un capítulo de El barranco en la mítica revista Orígenes, sin hacerse por ello parte del núcleo neobarroco cubano; es amiga de Nathalie Sarraute y Samuel Beckett, y luego de unos años como funcionaria de la Cuba revolucionaria vuelve, decepcionada, a instalarse en la capital francesa al mismo tiempo que los autores del llamado boom, pero sin sumarse al auge del realismo mágico, tan querido por las editoriales europeas (aunque curiosamente, las obras de la autora se publican primero traducidas al francés, y luego en castellano). La recuperación por parte de la editorial Mar de Fondo de esta primera novela de Tejera, de 1959, es un indudable acierto.
Vivimos en un siglo de guerras constantes, desde el terrorismo islamista, las consiguientes invasiones a Iraq y Afganistán, la interminable guerra de proxies en Siria, la invasión de Rusia a Ucrania y hasta la guerra en Medio Oriente, mientras que todo indicaría que las potencias hegemónicas están en medio de preparaciones para un gran conflicto bélico a escala mundial. Pero no es solamente por ese lóbrego panorama de actualidad que la lectura de El barranco resulta desgarradora. Partiendo de acontecimientos autobiográficos, el texto narra las crueldades de la guerra en primera persona. Es un libro sobre la imposibilidad de entender la guerra, permitiendo al mismo tiempo exactamente eso: entender sus perversidades desde las entrañas mismas, a través del lenguaje poético y poetizante de una niña que vive cómo el fascismo se va adentrando en la comunidad de la isla, cómo le roba al padre, traicionado por sus amigos y vecinos de juventud, encarcelándolo por ser de izquierda, y cómo esa repentina ausencia va transformando y quebrando a los demás miembros de la familia, y a la niña también: “La guerra. En El Barbado también anda y es como un tonto que mira desde todo el cuerpo sin saber adónde se dirige, que mira porque tiene ojos. Desde que estalló habita con nosotros sin importarle el lugar en que estemos”. En esa prosa, muchas veces marcadamente rítmica, abundan las imágenes, y estas pueden llegar a rozar lo alucinatorio, con lo cual el texto expresa que aquello que está sucediendo es tan cruel y tan fuera de lo humanamente asimilable que precisa de un lenguaje propio que le permita a la niña sobrevivir en medio del sinsentido de la barbarie. El fascismo es muerte, y los personajes se van muriendo, física o mentalmente, cuando el barranco mismo representa esas dos facetas; por un lado, es el lugar donde los franquistas arrojan a los asesinados, pero también es el abismo simbólico, la muerte interior que tuerce hasta la gramática: “Cada vez que pienso en la niña que soy me vuelvo una roca dura y apestosa. De pronto, odio las cosas que me rodean: la azotea, el compás, el almanaque, mis zapatos que me empujan al borde del barranco y ahí estrujan mi cuerpo que ahora son trozos de cuerpo”.
Esperemos que la editorial continúe con la publicación de la obra de Tejera, quizás acompañándola con algún posfacio que nos acerque más a esa importante autora de la que nos queda mucho por descubrir.
Nivaria Tejera, El barranco, Mar de Fondo, 2024, 148 págs.
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